sábado, noviembre 04, 2006

Efectos del azar en las relaciones entre humanos

Entre entrada y entrada pasan cosas que amagan un poco a ser dibujadas, pero cuando llaman a la puerta, es necesario abrirlas para que dejen de inquietar mi cerebro.
Las ideas son egoístas y lo único que quieren es parasitar, y parasitar cerebros y más cerebros.
Hoy debía ser el día en que esto saliera a la luz, aunque son pocas las antorchas que se funden en este espacio virtual, ya lo sé. Pero si algo me lleva a continuar es el influjo que tienen para otras personas, para bien o para mal.
Ahora acabo de volver de una práctica de campo en las sierras de Huetor y Baza. Por el camino apareció esa idea y se me presentó ya cocinada, como el campanazo que dan los microondas cuando la comida está lista... bueno, no siempre.
El caso es que en contra de otros intentos frustrados de conseguir teorías acerca de la vida, en esta ocasión mi tesis tiene bastante aceptación en la calle y ha título práctico ha resultado ser lo más real que ha pasado por este blog (y pasó desapercibida en mi blog sobre sociedad). No obstante, no me gustaría lanzar campanas al vuelo (porque uno no ha de temer a los objetos, más bien a su estado de movimiento), pues esto podría significar de pecar de trivial. Por eso esto es una nueva prueba que deberá pasar esta teoría: su publicación.
Ahí va.
Hoy la luna llena se está alzando sobre mi ventana y mi ordenador está dando palmas a golpe de teclado. Todo vive en la apariencia y eso es lo que vengo a demostraros.
Dándole vueltas y vueltas casi me creí que era una modificación de la teoría del caos (esa del efecto mariposa, buena película por otro lado), pero ahora comprendo que no y que, aunque la mayoría de mis ideas rotan sobre la depravación de la sociedad, está tiene individualidad de ser pensada y amasada como algo alejado de lo demás.
La idea torna bajo la base práctica de que existe una aleatoriedad que nos rige. Ya el origen de lo orgánico (y del Universo) fue azaroso: unos átomos formaron pequeñas moléculas que formaron macromoléculas, etc... Pero aunque nuestro origen individual no sea del todo azaroso (en la mayor parte lo es; y no quiero tomar la postura de que todo es azar en su naturaleza), pues es harto improbable que metamos unos átomos en una caja y salga un hombre insumiso, sí que el proceso evolutivo se debe, casi en su totalidad, a la combinación no dirigida de sucesos.
Sería interesante que asentáramos las bases de nuestro crecer-como-personas en hechos rotundos para buscar salidas lógicas a lo que sucede a nuestro derredor. Pero como no impongo criterios, solo aconsejo, no voy a insistir en mi método.
Así, pues, partiendo del hecho (bueno, seguro que hay por ahí algún americanito que tiene tantas ansias de poder que se engaña para escandalizarse) anteriormente citado, en esta ocasión lo intenté extrapolar a otros ámbitos, como fue al ámbito de las relaciones humanas y saqué las conclusiones que al final de todo este viaje os encontraréis.
La pregunta a desvelar sería la clásica ¿por qué adoro a algunas personas y detesto a otras?. Quizá haya abusado del lenguaje, pero todo será solucionado.
Entonces, para desvelar esta entramada pregunta decidí observar detenidamente como si fuera un narrador omnisciente las reacciones de otras personas con relación a las demás. Y después de hacerme este propósito dejé que las circunstancias se formaran parte de mí y en mi interior vi júbilo, llantos, indiferencias moderadas, amagos de ajustes de cuentas, silbidos en la lontananza, abrazos, conversaciones en bares, besos, botellones infestados de personas, calles somnolientas, casas que se derrumban, puertas que se dejan a medio cerrar, colchones que esperan dormidos a una persona brillante, aristas que no se pueden limar, ácidos y bases, dientes engarfiados, amapolas de Sevilla, susurros al alba, desprecio, Delicatessen, una arcotangente,... y la lista seguiría hasta llegar a lo inmensamente aburrido y tacaño, pero la idea está clara: existen reacciones distintas no solo frente a estímulos diferentes, sino que frente a iguales estímulos enmarcados en situaciones distintas también existe una inmensa variabilidad.
Con todo esto lo que quiero decir es que el contexto de las situaciones es un factor importante en nuestras reacciones como si de un estímulo oculto más se tratase, por lo que no le damos importancia. Pero esto es precisamente lo que nos hace depender en buena medida de lo imprevisible. Quiero decir con esto que en ese contexto confluyen tantas variables entre sí que podríamos decir que ese conglomerado (sistema) de sucesos simultáneos crea unas relaciones entre todos ellos que cambian constantemente. Por ejemplo, el hecho de que una niña se compre una piruleta puede influirme a mí que no pueda presentarme a un examen si entre estas acciones hay un efecto encadenado (imagínense alguna historieta) que es tan probable como que ocurra que ustedes salgan de sus habituales domicilios por la mañana.
Sí, ya lo sé, esta es la teoría del caos, pero solo me apoyo en ella ¿vale?
El siguiente paso en la escalada es combinar las inferencias universales con las particulares al hecho en cuestión. Pues entonces alguien pensaría que es azaroso el caracter de las relaciones entre personas, no del todo. Pues que uno no se enamora de una imagen, lo hace de una persona...
Pero es aquí el punto de razonamiento donde encontré la tergiversación. Siempre pensamos en querer u odiar a las personas en realidad estamos queriendo u amando a ciertos estímulos que nos infiere esa persona, es decir, así como de compatibles sean con nuestras actitudes las actitudes de otros, así nos sentiremos cuando los veamos.
(Quizá sea por mi temor a encasillar a las personas y añadir definiciones en el diccionario de gentes que ni uso ni tengo, pero esto es una maravilla lógica para mí.)
Por tanto, si las relaciones no son absolutas, están sujetas a un azar contextual, nunca podremos decir que estuve tomando café con tal, sino con la persona que un día concocí en un pasa de cebra y le dí mi teléfono... Pero esto sería estérilmente absurdo hablar de esa manera, pues damos por sobreentendido dicho contexto que de esta forma permanece escondido; el problema radica en que nos olvidamos de él siempre y a la hora de la estadística olvidar variables tremendas puede ser fatal.
El dolor ante la muerte se explicaría, según esto, en el dolor ante la ausencia para siempre de los estímulos que esa persona nos dirigía de forma directa o indecta gracias a los cuales entablemos ciertos vínculos afectivos.
Para finalizar el proceso de síntesis de tesis necesitamos enunciar una frase que reúna toda la substancia de ésta, y sería algo así: "En nuestra relación con los demás no valoramos a las personas, sino a las sensaciones que nos producen los ciertos estados en que se encuentra, según la situación, su actitud."
Ahora es el momento de dormir un rato, y luego hablar con alguien para comprobar la veracidad de esta hipótesis, para ver si crece a teoría y te hace orgulloso.
Y tras bailar con la más fea me toca esquivar las cuestiones que me embargan procedentes de todas las mentes más provechosas y, como no hay situación que se le escape al observador externo, he recordado que este último paso ya lo di y mi hipótesis dio la talla y no se arrugó al ver hachas en todo lo alto.
Y como el sobre está calentito, me tomo un respiro para ver cómo crece mi pequeña teoría y se hace adulta.
Recibirán noticias, seguro.
Pero piensen, no cambien de pensamiento, piensen y serán más consecuentes. Seguro que eso no hace mal a nadie.

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