jueves, septiembre 08, 2005

Un juego inesperado

Hablo para todo aquel que diferencia el escuchar del oír. Hablo para quien me entiende. Hablo hacia las personas, hablo hacia la vida, hablo hacia Dios.

Hasta aquí he llegado, a esta tierra de inmundicias donde Dios puso una semilla de la vida. Si la vida es la máxima realidad, hay quien, o bien es falso, o bien no es.

Y ¡ay de aquel que no aprehenda, no lo que mis palabras expresan, sino lo que mis palabras son, pues es aquel quien no es! Y quien no aprecie lo que escucha es falso e hipócrita.

No son insultos porque aquel que no entiende lo que le dices, no puede ser maldito, no puede encabritarse como cuando oye alguna palabra con valor social negativo, desprestigiante (¿Por qué ser "hijo de puta" es lo contrario a ser "de puta madre"? Este es otro tema).

Dicho esto, pasó lo que tenía que pasar alguna vez y dejó de llover, aún era de noche, pero el cielo pareció estar más claro y límpido y brillante, rebosante de luz cuando el Sol asomó por la lontananza y todo ello aclaró mis ideas.

"La vida es la máxima realidad, ¿quizá no podríamos desvelarla porque es tan real que no estamos preparados para algo tan magnífico y colosal? ¿Quizá estemos "embriagados" por la vida y ella nos hace dudar y disuadirnos de sí misma y de lo demás y de nosotros mismos?", eso es lo que pensé y reflexioné hasta mil veces, pero fue poco porque... "la vida no es un capricho, más bien es una necesidad o una amargura dependiendo de la ocasión, es decir, un sentimiento sin aún dejar de ser tan factible y tan concreta al máximo infinito".

Aquí dejé mis discursiones y me sentí de nuevo con fuerzas y apoyo para comenzar la nueva discursión, pero la roca (debido a la lluvia y el mal tiempo) era más frágil y débil. Así que decidí dejar mis anteriores utensilios de escalada e ingeniármelas para ascender.Vi una ramas de un árbol caído y muerto que no hacía mucho tiempo estaba sujeto a la pared más que vertical a la salida de mi cueva y con esto, un poco de maña con fuerza y unas hierbas muertas a modo de cuerdas (sin pensar que hay que para subir a la vida hay que hacerlo por encima de cadáveres) construí una escalera lo suficientemente larga como para llegar hasta un bordecillo situado a tres de mis cuerpos el cual me llevó a otro descanso en la subida.

Durante mi ascensión sentí que estaba más cerca de mi destino (aunque también más cerca del fracaso), más próximo a la luz y me sentí regocijado en mí. No supe qué expresar, pero fue dura.

Mientras, la claridad parecía estar en su cenit y no tener fin, mientras ascendí, un rugido titilante me asombró sobremanera. Era metálico, pero a la vez cerámico y vegetal, hueco, pero lleno de sonidos, vibrante, rodante, grácil como un cisne al volar y robusto como un gorila: era él.

Desde le principio sabía que este camino no iba a ser fácil ¡Oh, Zaratustra! ¿Por qué viniste a mí cuando te encontré?

Pocas cosas había en mi segunda parada. Pocas en verdad, pero la que realmente observé es nada, no había nada, o sea, que había algo aparentemente vivo.

Atisbé en aquel recóndito y estrecho descanso donde surgían tres personas y un juego entre ellas, era un juego superlativo, altivo, grande pero apoyado en el suelo.

Fácil era su procedimiento; sencillo, como beber agua clara; sencillo, pero complejo al mismo tiempo que sutil podía ser su manejo si uno se lo proponía, aunque estúpido si el que estuviera allí así fuera. Era, en conclusión, un espejo en el que se reflejaban todas las personalidades de la gente que estaba a sus mandos, e incluso a su alrededor.

Un simple giro de muñeca podía mover uno de sus ocho ejes y hacerte caer o subirte a lo más alto, según (y en esto consiste) cómo seas y si eres.

Tres personas acudí a visitar durante el partido y dos jugaban en uno de los laterales largos del rectángulo y sus caras consistían en una sarta de risas idiotas sin saber qué, cómo ni por qué. Muñecos de trapo según su relación entre ellos y el juego eran, peor. Su pathos absurdo despedía parodia de sí mismos tal como una mosca se regocija cuando vuela sin pensar en nada. Mientras tanto, en el otro lado mayor del profundo paralelogramo se encontraba jugando en solitario el que faltaba, usando cuatro de las ocho varillas metálicas y refulgentes. Si rostro desvelaba una seriedad y una inmersión en lo que estaba haciendo digna del más puro ajedrecista.

Bastó con uno de mis discretos pasos para advertir de mi presencia y me presenté. Poca fue la gracia de aquellos dos que iban formando un grupo, pero, muy al contrario, el que estaba jugando solo me pidió que jugara con él. "El marcador va uno a tres, tenemos que colar las tres bolas que faltan y ganaremos", me digo. "Pero si no sé jugar", respondí. "A esto se aprende jugando. Juega con los dos ejes de atrás, ya verás".

Osé hacer lo que me digo y yo fui quien tenía la bolita que había que golpear. Ante mí estaba el ejército del eje del contrincante que se encontraba frente a mí e intenté dar sin que el proyectil cayera en su control y así fue. Lo mejor es que el jugador solitario consiguió marcar aun burlando, incluso, a la madre de las ciencias, aunque su cara reflejaba la misma concentración.

La suerte es fundamental en este juego, pero la habilidad lo es más aún. Y el juego continuó en el comienzo de su campo y mi compañero sacó buen provecho del saque, pues interceptó la bola con maestría y la devolvió al fondo de la meta. "Es fácil si sabes y tienes fe en ello. Los de en frente no saben qué es ser y se darán cuenta de que lo que hacen es flor de un día en el paraíso", fue lo que me digo y mientras lo hizo, marcó la segunda para ganar el partido aun quedándome yo anonadado.

Inteligencia, así llamaría yo a ese gol y, ahora sí, sonrió mi compañero.

No sabría qué decir si me llamaras, no sabría qué decir si tuviera que decirlo, pero aparecieron como si por brujería se tratase diez personas de rostros pálidos y chulescos, clones de la multiplicidad impertérrita. Y sus voces eran coces que me pegaban en la cara para no volver a levantarme. Y una nueva partida comenzó. Mi compañero sacó desde el centro y se apoderó del esférico. "Eres un tramposo, fullero, míralo, no sabes jugar o qué".

Me enrabieté por su subnormalidad (o, perdón, esa palabra no existe), por su ademán de superioridad, por su cara de vender el oso antes de cazarlo. Sus paráfrasis comenzaban a deleitar (o así lo observé yo) al público expectante: craso error. Pero lo que más me impresionó era que mi compañero fuera inducido a aceptar sus burdas letras. "Dios así lo ha querido, la casualidad (buen tema), así pensé, pero no dije nada.

El partido transcurrió y yo me sentí más cómodo en la defensa y el marcador estaba empatado a tres. Yo sacaba y fallé el saque. "Perdón, quería asegurarla", dije. "Sí la has asegurado en tu portería", respondió el moreno de en frente mía con voz grave y dionisíaca sólo en apariencia. "Qué bien te paree el chiste, te refriegas en el fango de tu parca existencia. No serías aire aunque quisieras ser hierba. Un consejo: si sigues así nunca llagarás a ser alguien". "Eh, amigo, no sabía que eras tan tonto", así fue cómo respondió.

Nada era posible con aquella cosa tan monstruosa y petulante, narcisa, el aire era suyo, esponja que adsorbía todo lo que le echaban.

Y la más ruin de las desgracias, pues resultó que esta vez dios no quiso ser de mi partida y el balón se metió en mi portería. Y los cerdos se revolcaron en la charca para celebrar que eran los más necios y que eran conscientes de ello.

Fueron muchas las fanfarronadas que dijeron y sería yo más fanfarrón si me dedicara a reproducirlas, pero la que se llevó la palma fue la que digo el contrincante el pelo rubio engrifado hacia arriba a modo de puercoespín: "Mira lo malos que son.

"Este llenó de cólera, pero está se esfumó cuando todos lo ahí presentes se convirtieron en esponjas y luego en espuma y finalmente en nada, porque las almas vacías y muertas no existen, pues ese es su castigo; y lo que no existe, no es; y lo que no es, que me aspen si ha salido de algún lado. Es infinita la estupidez humana, como infinito es el Universo donde estoy y donde soy.

Bueno, todos no se fueron, ahí quedó mi compañero, pues él si que era noble y me sorprendió aquello que me digo: Has hecho tan grande al universo que hasta a Dios lo has hecho más pequeño. El universo es tan grande que hasta Dios se queda Así fue cómo comprendí que quien atenta contra la vida, al final es atentado por la vida y que quien no es nada, en verdad no es.

Así fue como conocí a mi amigo, que me acompañará y luego será mi adversario. Pero la vida aún sigue y el camino es cada vez más angosto y débil. Por esta razón es preciso seguir discurriendo, sabiendo que en verdad he hecho algo importante, pero si no lo envuelvo, nunca podrá ser un buen regalo.

Espero que la vida me siga deparando sorpresas mientras llego a ella. Mientras tanto, descanso con un amigo que me sirve de calor tertuliano en una gélida noche.

Un momento: si habéis llegado hasta aquí, seguro que sois nobles. Así que... ánimo y que vuestro camino también continúe.

 

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