lunes, febrero 27, 2006

¿Justicia...? ¿Dónde?

Gente que mata a gente. Ladrones que roban a ladrones. Infelices. Tolkien ya lo dejó escrito: "The world is changing".

Es cierto, el mundo está cambiando y nosotros no hacemos mucho para remediarlo. El hombre evoluciona a pasos agigantados, pero su naturaleza es la misma desde hace miles de años. Sí, éste es el quid de la cuestión: mientras necesitamos una sociedad más compleja, seguimos arrastrando las mismas limitaciones que soportaron nuestros ancestros. Esto nos está llevando a una deriva sin control aparente y necesario y la única forma de parar esta tendencia es hacernos más simples, más acordes con lo natural, ya que enfrentarse con la Madre Tierra no es gratuito y sus consecuencias son muy caras.

Aquí sigo ya en la montaña traicionera y aquí aprendí cosas importantes, aunque nunca podría haber presentido lo que me ocurrió durante el primer tramo de mi bajada –donde, a pesar de parezcer contradictorio, la gravedad es una mala compañera de viaje– y me hizo reflexionar y criticar con cabeza.

Resultóse que durante mi descenso me pareció divisar a la lejanía una especie de polvareda gris que ascendía súbitamente y se hacía más oscura y opaca (como una niebla inglesa). Decidí esperar a que ésta se acercara a mí (y el lugar en el que lo hice me recordó a aquel donde me despedí de mi amigo y recité su teoría), pues el descenso acusaba cada vez más a mis fuerzas. Cuando la polvareda me vióse detuvo y de entre ella encontréme un serio individuo. Sus ropas rasgadas, mojadas y rebozadas en barro hacían seña de que llevaba errando por esos lares desde hacía bastante tiempo, auque la sinteticidad de las misma le delataban que procedía del exterior de la montaña.

Con la mano alzada en señal de detención me encontré y después de hacer este gesto universal coloqué mi brazo plagado de pequeñas heridas en una posición más vital. Acto seguido dije:

—¿Qué te trae por aquí, mi raudo personajillo?

—Huyo despavorido por el terror que me causa la "Justicia" —entrecomilló esto último— que gobierna ahí abajo.

—Te comprendo. Es mejor huir antes de intentar acatar una solución que parece imposible. Pero eludir las responsabilidades como pensador y alejarse del problema no conseguirá solucionarlo en ninguno de los casos para este tipo de magnitud: esto es precisamente lo que Dubois, el doctor de la emoción, me enseñó.

—¿Qué puedo hacer si no es huir al ver el cúmulo de atrocidades feroces que se avecinan en cada esquina? —gimió entre sollozos.

—No sé exactamente lo que me quieres decir. ¿Qué actuaciones de la justicia te hacen temblar de dolor?—Son muchas. No sé si podré decirlas, si mi mente no se derrumbará.

—Inténtalo. Los miedos sólo se pueden salvar enfrentándose a ellos cara a cara. Cuéntame.

—Gente que pierde la vida entera castigado por algo que nunca hizo. Malvados villanos con condenas de milenios a quienes la ley le obliga a no cumplir más del 99 % de la misma. Ladrones de pobres trabajadores del sector primario que se cobijan bajo el calor de un caro abogado del demonio, cuando la prueba más evidente es la ausencia de comida en los estómagos de esta noble gente aprovechándose de la humildad y la ignorancia de éstos. Delincuentes que nunca son buscados porque no son reentables en las cuentas de la justicia. Gente que justifica la guerra como construcción. Corruptos que indagan en la leyes para abordar en los "vacíos legales" las bases de su próxima estafa —y su corazón bondadoso no pudo más y rompió a llorar—. No puedo más. ¿Qué garantías tengo de que la justicia mañana no me llame delincuente? ¿O a aquellos que se ceben de mí ser llamados inocentes para poder incidir en sus perjuicios?

—Es lógico todo lo que acabas de decir y de nuevo estoy contigo en tu posición. Pero esta no es la actitud para manejar estos temas tan escabrosos.—¿Cuál debe de ser, entonces, esa actitud?

—Primero, no debes de temer a la justicia, pues en donde procedes no existe dicho concepto como realidad rotunda (y me temo que ningún concepto ni ideal existe de esta forma), pero –y aquí reside el problema– no hay algo pueda hacer las veces de ella, ni nada que, al menos, se le parezca y se le aproxime. El problema es que las instituciones y entidades que actúan en nombre de la justicia no se renuevan a la velocidad que la sociedad se hace más compleja. Digamos que está perdiendo la carrera ya cada vez se está alejando del ideal que pretende alcanzar.

»Podríamos decir, por lo tanto, que la justicia no es justa y todas las personas que forman su organigrama son conscientes de ello. Esta sentencia es la base que tienen personas malogradas. Teme más a los hombres y a nuestro sistema que, cada vez, está deviniendo a lo más profundo de la villanería, la sinvergoncería y la corrupción.

—Es una declaración muy buena y consecuente, pero, ¿qué soluciones das?

—Buena pregunta la que formulas. Como ya te he dicho, no llegan a manifestarse los conceptos y la Justicia, en este caso, tiene un cariz especial, pues está definida por personas, no cualquier persona o ente, sino por "humanistas". ¿Por qué no se pide a los científicos de la realidad natural que intervengan a la hora de legislar y editar códigos civiles? Acaso las ciencias de todo no tienen una visión humana? ¿Son estos científicos robots?

»No hagas mala interpretación fogosa de mis palabras: no estoy insultando a nadie y que nadie se sienta aludido, pues en verdad estoy insultando a todo. Solo digo que si los científicos defensores de la naturaleza no ponen trabajas a la sociedad del crimen, quién les da potestad a ellos de vetar la sociedad del conocimiento. Todo lo que tenemos se lo debemos a éstos últimos, los primeros solo hacen administrar, aunque –y aquí viene la paradoja– sin valorar lo suficiente a los que le dieron trabajo de estudio, son los segundos los que tienen que ser policías de sus prácticas. El mundo ya habría sido despoblado si nadie hubiera puesto freno a su apasionado afán por la codicia.

»Sé que mucho de lo que digo lo digo sin saber, pero es lo que siento. Así os digo: no apeléis (ninguno de los dos grupos del saber) a la ética y la moral cuando es vuestro desconocimiento e ignorancia las que os hacen tener miedo.

»Por tanto, este primer paso sería aunar esfuerzos consecuentes entre los "justos" y los "injustos", pues la única forma de justicia material es la del consenso.

—No estoy de acuerdo —replicó el cobarde de la sociedad—. ¿Cómo podrían los dos grupos interceder en ello?

—Me gustan tus preguntas, pero antes te diré qué es lo que se conseguiría: en definitiva, todos podríamos elaborar leyes más científicas que morales en asuntos nuevos y que merecen el reconocimiento del paso del tiempo. Aún nadie me ha explicado si todo esto es en verdad un error.

—Eres muy presuntuoso, ¿no te lo ha dicho nunca nadie?

—Tus dudas bajas de nivel, eh…

—No puedo acallarme más…Lo cierto es que estoy huyendo de la justicia porque me han acusado sin razón cierta, sino con falacias.

—De qué te acusan.

—Dicen que he atacado y…violado a las más ricas hermanas de entre las gentes de un país rico.

—¿Y qué te preocupa?

—Que no hecho nada de los cargos que se me imputan y, el problema, tienen a un gabinete de los mejores entre los más hábiles charlatanes sesudos y yo solo un abogaducho que me conceden por "derecho".

—¡Oh, aprehendo todo esto! Además es buen ejemplo de todo lo que está sucediendo. Y me pregunto: ¿esto es un sucedáneo de Justicia? Si tienes el mejor de los abogados no solo te quitan la pena que no existe, pues aún sin haber hecho nada perjudicial a nadie, te crucifican no solo ante la ley, sino ante el resto de la gente, serás un desterrado social, como un día caí en la cuenta yo.

—Me gustaría haber hecho todos los actos por los que se me imputan las penalizaciones, así tendrían algo por lo que acusarme.

—No entres en el estúpido juego. De nada sirve llamar al pasado, porque lo pasado, ha pasado y ya nunca volverá. Lo interesante es hacer un buen futuro comenzando desde el presente, auque haya personas enfermas de venganza y de poner identidad —aunque sea falsa, ya que el corazón sin ojos no siente.

—Bien, creo que me estas curando de mi miedo, aunque solo sea desde la sabiduría. Mas no me gustaría despedirme sin que mostraras ante mí, y todo aquel que con oídos aptos para la escucha ,cómo sería tu reforma.

—Mi propuesta para la resolución de todos estos males está en la destrucción de los sólidos estereotipos que están clavados por entre las gentes. Si algo podemos decir de nuestra justicia particular es que no es ciega y su balanza está trucada. Propongo quitar la venda a la justicia y que vea la verdad y la separe de la corrupción. Propongo, además que su balanza no se incline hacia el lado del infractor. No quiero defenderme de nada, quiero que a cada uno le corresponda y hable por lo que ha dicho y hecho (pues algunas veces el delito está en hablar o no hablar. ¡Ya basta, estoy cansado que me pidan dinero para salvar a los inocentes que necesitan, según los hecho un buen abogado, y no dejan hablar a los hechos, sino a sus interpretación oportunistas y barriobajeras!

—¿Cómo lo conseguirás?

—Camarada, Dios sabe que es imposible que una sola persona frene este entumecimiento. Y menos una persona a la que muchos llaman "loco", sin saber que loco es una persona que tiene sentimientos de la realidad por los que ésta última no responde y actúa consecuente al error de percepción. ¿Acaso no estamos todos –unos más que otros– locos de esa manera?

—Sí. Tus aforismos me han llegado a las entrañas. No obstante, me gustaría que fueras al grano.

—Perdona. La justicia solo penaliza al que, para sus ojos vendados, es el culpable. ¿Mentiría si dijera que tener un fallo –como tienen muchas de las personas condenadas– no es delito? La justicia debería de castigar sus fallos y los de sus componentes según vayan surgiendo a partir de ahora. Esta es la única manera y la más precisa de acercarse a la Justicia de forma eficaz; y a la par de que cambian la forma de mirar de las gentes para bien suyo o para su mal. Y como a buen entendedor –como tú lo eres– pocas palabras son necesarias, cualquier comentario estaría de más. Ahí te dejo mis pensamientos para que tú hagas un uso cuerdo de ellos. No para que te sumerjas en el lugar oscuro del que proviene toda aquella necesidad de poder en cualquiera de sus significados.

»Y bien, ¿qué harás ahora que tienes un modelo de pensamiento?

—Seguiré huyendo, hacia arriba, porque no quiero ser víctima de esta turbulenta sociedad. De hecho, la justicia no reparará en mí durante mucho tiempo, se le acumularían nuevos problemas que solventar, así va montado esto. De todos modos, mi conciencia quedará tranquila, porque yo estoy seguro de que me buscan por su ineficiencia, en vez de buscar en ellos mismos.

—No me gusta oír lo que estás diciendo, pero no puedo interceder en el destino de una persona quien, me consta, tiene buenas ideas para actuar de la forma que le sea más consecuente.

—Gracias por ser tan comprensivo.

—No me des las gracias, pues la mayor forma de agradecimiento no es la palabra, sino la acción. Piénsalo mejor, siéntate en las piedras tapizadas de líquenes tiernos y reflexiona con tranquilidad antes de continuar tu camino hacia tu destino. Te lo advierto porque yo una vez actué acelerado y aprendí que el sino de uno debe ser escrutado por su seso antes y no después, entonces será demasiado tarde.

—Te prometo que lo haré, pero quédate conmigo a debatirlo.

—No puedo hacerlo, pues nuestros caminos se han cruzado en un punto y ya nunca irán a juntarse más. Lo mejor para los dos es que cada uno decida lo que le atañe, porque en caso contrario las variables caóticas se multiplicarían por dos. Y sería atentar contra todo lo que en este rato he ido pregonando.

—Hasta nunca, entonces. Adiós.

—Adiós, pero debes antes de hacerme un pequeño favor.

—¿De qué me hablas?

—Sé tú mismo.

Y giré sobre mi eje longitudinal en un ángulo de 180o y ya no volví a ver a esta alma atormentada. Tras un corto espacio de tiempo, me giré y no observé la estela de humo gris que traía esa persona antes de toparse con mis divagaciones. Respiré hondo y me sentí alentado.

Tiempo después, se hizo oscuro y la intensa sensación de frío me heló las neuronas motrices, así que decidí apontocarme en unas duras y gélidas piedras para hacer noche ahí. Después de un rato durmiendo me levanté sobresaltado por una intensa bocanada de aire que se levantó cerca de donde yo me encontraba. «Una idea», pensé. «Una maravillosa idea». Apareció en mí como un susurro, una voz lívida a la vez que contenta: "Después de todo, me has enseñado que la justicia es mala, pero simultáneamente es necesaria. Todos deberíamos de adquirir la conciencia precisa para no hacer mal a nadie y que, dentro de poco, este tipo de conversaciones queden caducas y obsoletas. Mientras tanto, muchos de nosotros –si no todos– tendríamos que hacer vida en base a las Tablas de la Ley por muy ateos o creyentes que podamos ser o dejar de serlo, hasta que todos respetemos los derechos y libertades de los demás más que los nuestros propios. Y es importante recalcar lo de «todos», pues si alguien es lo suficientemente particular como para ser la variable que imprima el caos, no merecerá la pena cumplir esas leyes supremas porque lo más importante para un hombre (como para cualquier ser vivo) es la supervivencia y para evitar todo esto deberíamos renunciar a nuestra naturaleza no solo humana, sino viva; y esto sí que sería atentar con la Constitución de Gaia".

Este sueño se resbaló entre mis recuerdos. Me puse erguido sobre mis extremidades posteriores y di una vuelta completa para divisar el panorama. No di crédito a lo que atisbé desde allí: nuevamente la estela de polvo aparecía espesa, pero esta vez bajando rauda y veloz, lo que me desveló que todo aquel pensamiento no fue una ilusión ni nada fortuito, sino que alguien que conocí hace poco, encontró en la discursión si forma más lógica y significativa de actuar.

Seguí mi descenso porque el alba estaba apunto de estallar y porque me encontré cada vez más aliviado por la meteorología, y por tener en mí la sensación de que mis valoraciones son cada vez más veraces para mi corazón.

Así fue cómo hablé sobre la justicia y tardé mucho tiempo en volver a tomar tajada, pues mi absurda ignorancia su estructuración me ha hecho opinar más cegado que la propia institución, cosa que siempre me reprocharé y me servirá para mejorar en mi comprensión. Después de todo nunca viene mal cometer un error para que se nos bajen los humos a muchos.

 

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