domingo, noviembre 12, 2006

Del no-ser

Es un hecho más que consumado sentir picor en la parte del cuerpo en la que uno no es capaz de rascarse. También está lo suficientemente constatado que de los momentos más incómodos salen los máximos razonamientos a los uno puede llegar. No me gustaría abusar de paralelismos, pero también existen trivialidades que ciertamente no son tan obvias como, por su naturaleza atribuida podría parecernos.Precisamente algo parecido sintió cuando el día en de montaje de su gran nacimiento. Mientras transportaba uno de los pesados tablones que hacían en la alegoría de fragmento de superficie terrestre quiso enterarse de que detrás de la oreja sentía un leve cosquilleo. Sensación que tornó cuando fijó su atención en un simple picor, cuya intensidad con el tiempo fue incrementándose.
Fueron muchas la veces que pensó en dejar la pesada madera en el suelo, ya lo creo, pero no lo hizo porque, además de que si lo hacía el trabajo dejaría de ser eficiente para dos personas -él y la que estaba cogida al otro extremo-, no quería que un sentimiento le volviera histérico. Mas cuanto más giraba en su cabeza esa idea, mayor se hacía el picor y esto volvía a retroalimentar todo el proceso llegando hasta lo más rayante el estúpido delirio.
No obstante, como todo tiene que acabar y, sobre todo, porque el almacén estaba a menos de dos minutos de camino entre el lugar de exposición, pudo soltar el tablón sin ninguna otra opresión. Y ahora llegó el momento de los instintos y pudo rascarse tras el apéndice con sumo alivio.
Demasiado; eso lo comprobó después, ya que su oreja empezó a enrojecerse como lo hacen las frutillas del tapaculos en otoño. Por contra, esto ya no era tan gustoso, más bien molesto y, tal vez, un poco peligroso, porque su oreja estaba pasando de madura un el pellejo se le hizo delgado.
Del mismo modo que una piedrecilla sale despedida con más fuerza si se lanza una vez con un tirachinas bastante estirado que si varias en una disposición apenas deformada le ocurría: había sido tanta la apetencia por rascarse que cuando lo hizo fue con tanta reiteración que no pudo frenar ese ímpetu en el momento en que ya le estaba conduciendo por el camino de lo perjudicial. Pensó que debía reprimir ese arrebato de forma progresiva hasta que no se sintiera con anhelo de estimular esa zona. Así, sustituyó el clavarse la uñas en la piel por frotar intensamente con el dedo índice (cual arco de violín), y luego, ya que se cansó de tener el resto de dedos encogidos, comenzó a frotarse con la misma costumbre usando la yema del anular por la parte basal opuesta.
Y en este momento percibió algo en lo que nunca incidió: eran distintos los ruidos que su oído captaba cuando se frotaba con las uñas o con las yemas y también según la zona en el último caso; quizá no lo recordó, pero en su mente, a esta evaluación de sucesos se unió la percepción del cambio de la piel del cartílago. Aunque esta brillante deducción no mitigó las palpitaciones de su oreja marchita, sí que le distrajo en unas abstracciones y, parcialmente cesó en ese rozar tras rozar.
Pensó en eso, en cambio, en devenir, en el discurrir de un río. Pensó en su oreja, cayendo después en la cuenta de que si el cielo no era siempre azul, no se podía decir que es azul, sino que está azul en un determinado momento. De igual manera, tampoco existen dos manzanas que sepan igual (separando las sintéticas, que no saben a nada). Y entre sus razones se encontraron los más sutiles cambios como sutil era la diferencia entre el restregar de un dedo en un lado y el otro en el contrario (que hoy serían fútiles en este relato), pero lo que más quiso entender fue que él mismo también era cambio en muchos aspectos. Claro que no en todos -como seguía teniendo dos brazos-, pero se sí que se sintió distinto en unos minutos.
Entonces, se preguntó, si era un cúmulo de variables en constante oscilación cualitativa, ¿estaría bien hecho atribuirse alguna forma de ser ante algún estímulo? Cuando cuestionó esto no dudó. Evidentemente, como mezcla de factores que mutan en cada instante y en cada momento se presentan en un combinado distinto que no es otro que él mismo; no sería de utilidad lo absoluto de una persona (que no de partes por separado), y como la formación del ser de una persona es abstracción insegregable del resto de una persona, en realidad, el ser no existe.
Los convenios sirven para administrar la sociedad que no necesita a personas, sino a características. Lo entiendo, pero deberíamos dejar atrás los requerimientos de esta estructura cuando salimos a la calle.
Por tanto, recapituló, calificar es hablar del momento de parecer, no hay que extrapolar atributos más lejos que del presente. No somos altruistas, tenemos actos altruistas y estos actos tampoco son, sino que, según las consecuencias y sus efectos podrían tornar, por ejemplo, a egoístas. Uno no es alto ni bajo absolutamente, su altura es mayor o menor a. Nuestras decisiones no deberían condenarnos porque son consecuencia de cambio...
No supo explicarse a sí cuán inmensidad entrañaba la cuestión, y tal vez no fuera excesiva la importancia, pero para darnos cuenta de nuestro cambio es preciso simular lo extremo.
Al momento de ocurrírsele esto último ya había terminado de llevar los tablones junto con su compañero. Pidió que le dejaran decidir la posición de las figuras, para que pareciera todo lo real y vivo posible, e incluso exigió que al menos una vez al día se cambiara su posición.
Pero como saber no da felicidad siempre, decidió olvidarse de todo lo que pensó para no convertirse en un inadaptado. Será cierto que no más allá de la imaginación existe el delirio.

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