martes, agosto 29, 2006

Realidad y demostración

Desde pequeño he temido a los fanatismos de corazón y los fanatismos de masas; aquellas actitudes que provocan a personas sentir adicción a las hormonas con que su cuerpo se prepara para situaciones de riesgo como podría ser la famosa adrenalina.
No soy practicante de ninguno de estos fanatismos, porque el saber que las más trepidantes sensaciones son vestigios de antiguos mecanismos de defensa, me produce una grima incontrolable. Por eso, llegado el momento busco el placer con éxito en las relaciones y en el saber. Cuando te introduces en este horizonte de sucesos, vas cayendo en espiral, acelerándote poco a poco hasta (espero no ver nada en ese momento) que las radiaciones te consumen y ya no eres nadie. Y éste es el riesgo que hace emocionante al conocimiento como algo superior a un individuo, pues pertenece a la realidad humana; por este motivo no me agradan los usos poco consecuentes de la episteme.
Pero no he venido aquí para opinar sobre lo que opino, solo digo que deberíamos con mayor frecuencia ver nuestro perfil en un espejo y lanzar una pregunta: "¿Cómo soy?"; y abramos bien el oído y notemos qué quiere el cerebro decirnos.
Hace poco tiempo, mientras desempolvaba el primer cuento que escribí apareció una frase que escribí para que me sirviera de premisa durante la confección del mismo. En la cartulina que abrazaba los corridos manuscritos había escrito:

"Una de las escasas formas de
darnos cuenta de cómo somos
es tomar parte en los extremos"

Y desde entonces he intentado simular las más esperpénticas situaciones en mi mente, para cumplir esta premisa de escritor.
Podrán criticarme de excéntrico, pero nunca de inconsecuente, porque mis sensaciones están a caballo entre lo subjetivo y lo objetivo: todo es cuestionado metódicamente y para contarlo, utilizo la gaya ciencia, es decir, la poesía (según nietzsche), todo lo que implique un arte escrito con musicalidad y ritmo; la metáfora (y la alegoría) es la técnica de expresión que nunca envejece, permanece impasible al paso del tiempo.
Y esto es lo magnífico de todo esto, pues ahora que llevo media hora abriendo mi mente estoy sintiendo que esto no era lo que yo quería escribir y que la vida me ha vuelto a gastar otra broma, mas cuanto antes me ría, antes me levantaré.

Como iba diciendo, los hechos a los que yo me aferro son conscientemente criticados en mi lóbulo frontal y solo dejo un lugar a lo abstracto para contarlo.
Por esta razón me gustan las intenciones de una serie que actualmente se emite en Canal 2 Andalucía y cuyo título es S.O.S. Estudiantes. Para quien no haya oído hablar de ello, que sepa que es una de las pocas series que, además de haces una representación de la sociedad (esto lo hacen todas: es una moda transitoria), hace una reflexión sobre el hombre como ser social: sus penas, sus fantasías, sus hábitos, sus formas, sus relaciones, su yo, etcétera; pero siempre de forma exagerado, grotesca en ocasiones.
Quizá sea por esta razón por la que se haya esfumado la audiencia poco a poco conforme el enfoque de la serie ha ido tornando del primer al segundo estado, pero, aunque yo nunca voy a pretender que veáis la serie, sí que me gustaría hacer alusión a uno de los mejores diálogos de la misma.
La suerte es para quien la busca, por eso me ha sorprendido encontrar unos videos en una de esas páginas donde uno puede difundirlos por la red. Si queréis una muestra de lo que os digo (aunque para mis divagaciones serían interesantes otros pasajes) podéis pinchad aquí y continuad leyendo luego.

Por las razones antes dadas, me todo la libertad de hacer un arreglo de un pasaje de la serie, en que se nos presenta a un vendedor de enciclopedias (V) llamando a la casa del inquilino loco con la camiseta ensangrentada (I) que aparece en los videos. El resto sigue así más o menos.

I: ¿Qué..., qué quiere?
V: (Se asusta al verlo) Hola, soy vendedor de enciclopedias. (Sonríe forzadamente)
I: Oh, nunca ha venido un vendedor a esta casa.
V: Pues mira, hoy ha coincidido que usted y yo estemos aquí.
I: (Calla)
V: ¿Está el dueño de la casa?
I: solo está mi madre, pero el dueño es mi padre, que está... muerto.
V: Vaya, hombre, pues lo siento.
I: (Acerca su cara a la del vendedor) ¿Cuánto?
V: (Asustado) Pu... pues lo normal en estos casos.
I: (Enrabietado) No es suficiente.
V: (Hace ademán de llorar)
I: (Grita) ¡Más!
V: (Finge que llora)
I: Está bien.
V: (Se siente aliviado)
I: Y... y para qué había venido usted.
V: Vendo enciclopedias. ¿No necesitará una?
I: No.
V: Bueno pues entonces... (Hace intento de escaparse, pero el inquilino loco lo coge de la chaqueta cuando se da la vuelta)
I: Eh. ¿Quién le ha dicho que se puede ir?
V: No pero si yo no me iba.
I: Pues entonces... ¡salta!
V: ¿Qué?
I: (Enfadado) Que he dicho que... ¡salte!
V: (Se pone a saltar)
I: (Se ríe inquietamente) ¡Salta! ¡Salta!
V: (Para de saltar asustado)
I: Bien. ¿Por qué saltas?
V: (Entre el espanto y la incertidumbre) ¿Qué?
I: (Enfadado) Que por qué saltas.
V: Porque tú me lo has dicho.
I: (Acerca su cara y enseña los dientes) Y si yo te digo que te claves un cuchillo, ¿tú te clavas un cuchillo?
V: No
I: (A punto de estallar) Y entonces, ¿por qué saltas?

Y aquí acaba el pasaje, nadie sabe lo que pasó después por la cabeza del vendedor porque los testimonios de la serie nunca vuelven a hablar de él.
Espero que ahora hagan reflexión sobre esto, y a ver si entre todos logramos que la razón esté más presente en nuestras vidas.
Hasta la próxima.

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