jueves, agosto 10, 2006

Réquiem para un hombre del campo

Desopucado lector: sin más dilación pasaré oportunamente a contar un fragmento de la historia de un hombre que, ficiera cualquiera de las cosas que ficiera, siempre concurría algo que le importunaba. Nunca estuvo sobrado de fechos que le agradaran, pero sus grandes ganas de vivir eran suficientes razones para sonreír bajo la inoportunidad. Siempre fue así, hasta los últimos días en que andaba más jorobado que de costumbre, gimiendo a cada paso y sin conocer a nadie, ¿será porque dejó el cortijo y se mudó al pueblo con su familia? Yo juraría que sí: perdió sus hábitos, perdió su vida.
Vida de aventura sin duda la de este hombre, pero entre el compendio de sucesos que le acaecieron en su momento y que contaba a mi padre en las tardes del estío en que iba a realizar transacciones a mi pueblo desde su cortijo (a más de 15 km de distancia y ascendiendo escarpadas pendientes polvorientas o enfangadas) siempre hubo una de aquéstas que me impresionó; no se me ocurre si ora por lo que en ella hay de fantasía, ora por lo que de verdad esconde.
El caso es que este suceso sobrevivió al expolio que realiza de forma autómata mi memoria cada cierto tiempo y por esto es digno de contarla. No hace mucho que Morfeo le atrapó para siempre en sus brazos y cuando esto acaeció, me encontraba lo bastante lejos del pueblo como para que fuera la excusa ideal para eludir estos trámites; pero si no hubiera sido de otra forma, no me hubiera molestado en absoluto.
Estas son las razones, y aquí abajo la historia; mi réquiem por él, para que sea recordado:

La presente historia trata de la aventura de un joven, procedente de una familia que estaba dedicada al cultivo y labranza del campo, y cría de ganado caprino. El cual durante la guerra entre paisanos, sin llegar a la mayoría de edad, tuvo que enrolarse en la zaga de uno de los bandos (¿cuál?, eso que importa). Ahí arriesgó su vida en más de una ocasión y más de otra fue apresado por los contrarios; pero siempre salió ileso ayudado por su fuerza vital y su inteligencia (por qué no decirlo): historias de las que recuerdo nubladas narraciones y por ser bastante desagradables éstas me veo forzado a no mentarlas, al menos, en esta ocasión.
Sucedió que una de las veces en que fue preso, logró escaparse de su encierro gracias a una redada que organizaron todos los compañeros para salirse del camión que los llevaba al lugar de fusilamiento, y llegada la hora una marabunta de personas se abalanzó y los candados cedieron, fecho que entre los enemigos incitó a que apuntaran contra ellos. Muchos cayeron nada más salir, unos murieron nada más salir, otros fueron feridos y murieron en cuestión de días, otros vivieron feridos o no; y Dios y la suerte quisieron que nuestro homenajeado corriera tanto que no fuera alcanzado ni tan siquiera por un perdigón.
Todo aquel que pudo corrió y se dispersó hasta perderse por entre los árboles de un no muy denso bosque por el que en ese momento la comitiva pasaba, y entre encinas todos se guarecieron y se alejaron del lugar. Y, como ya la guerra estaba al borde de su expiración muchos de éstos no lograron volver a sus bandos; no obstante, a nuestro protagonista tampoco le importó, pues nunca se sintió complacido por participar el la lucha. Sucedióle, por aquel entonces, que anduvo solo por el bosque sin encontrar compaña alguna, sobreviviendo de las bellotas y cualquier frutilla; hasta que el azar se topó en su camino conduciéndole hasta un cortijo de aspecto distinto al usual.
Cuando decidió acercarse a la era que se encontraba como antesala al edificio ya era de noche y se percibían las luces de una velas dentro, así que llamó a la puerta y en la ventanita enrejada de la misma aparecieron los ojos de una mujer joven como él y de tez "del color de la tierra" (dijo) tapada por una tela (a pesar que era primavera) que impedía verla, aún sí intuir que era fermosa como "el campo o la libertad". Sus rasgos moros eran prueba inequívoca, pero su lenguaje ininteligible para él lo confirmó más que sobrado. Estas palabras que la muchacha pronuncio no tenían más intención que la de avisar a alguien del interior. Acto seguido ojos de un hombre algo envejecido se posaron por entre la ventanilla y le observaron; pareciéronle hablar entre dientes, desatrancar unos pestillos y abrir la puerta. Apareciendo, inmediatamente, un hombre bastante obtuso ataviado con trajes propios de "moros", como había oído escuchar alguna vez a su padre o al ídem del ídem.
Entró haciendo gesto de agradecimiento y dentro (no sin antes quitarse las botas embarradas por cruzar un río de cauce mediano antes de llegar a la era), tras cruzar un recibidor y un estrecho pasillo, se halló a la mujer bella y a otra que se encontraba a su lado, la cual tenía una edad algo mayor. Ambas se encontraban sentadas en una mesa pequeña “paticoja” –dijo– y comiendo las más extraordinarias comidas; las cuales, aunque oían un poco extraño, sí que desprendían un olor muy elaborado y rico. A la luz de las velas también se vislumbraban objetos decorativos que emulaban a infinidad de formas geométricas. Mientras el hombre hablaba de una manera que le parecía rápida, inentendible, pero melodiosa, se sentó en el suelo pese a que le costó más de una gota de sudor cruzar las piernas. Ya todos mirándole, ofreciéronle comida y éste accedió. Después le dieron unas mantas para que no se fuera a dormir sobre el suelo desnudo, aunque no le gustó la idea y expresó su deseo de dormir en el montón de paja que vio en la entrada y que servía para alimento del ganado.
El hombre no accedió a que fuera así (entre otras cosas porque la paja estaba mojada por las últimas lluvias). Pero eso no pudo decírselo a nuestro amigo, por lo menos, no lo entendió a pesar de que los gestos que ambos hacían eran bastante precisos. Así que esa noche no pudo dormir, más que por el suelo (pues, al fin y al cabo estaba entarimado), por el pensamiento que le suscitaba la negación del moro, pero aún así (y es lo más importante) se sentía más seguro que los días que se encontraba en el frente: eso fue un alivio.
Otro día, ya por la mañana, el moro le despertó, le dio fruta de comer y ya fuera de la casa le señaló la senda que debía de coger para ir a trabajar. Él no protestó porque pensó que esta parte del trato ya se la habría comentado en algún momento, pero no tuvo lugar el acto de la comprensión. Subió por donde le indicó y a los dos minutos llegó a un huerto tan llano como la palma de la mano, tan grande como un pueblo, y tan frondoso y espeso que parecía el vergel desaparecido de la Granada en la época de la reconquista. Todo este espacio venía regado por un río mediano que formaba en la roca un pequeño cañón; era primavera y el agua estaba a punto de salir de su cauce. Ahí se encontraban trabajando desde hacía rato las dos mujeres que estaban en la casa cuando llegó. De inmediato se dispuso a imitar la faena que ellas estaban realizando sin mediar palabra alguna, pues ninguno estaba por la labor de llevar la iniciativa.
El tiempo pasó y pasó de forma idéntica desde el primer momento: las dos mujeres y nuestro amigo trabajaban sin conversar entre ellos una pizca ni contar un chiste aunque no se entendieran mientras que el moro estaba en el cortijo y de vez en cuando subía al huerto para comprobar si su cuadrilla era eficiente en el trabajo y cuando veía que una de las dos mujeres no realizaba bien su trabajo les castigaba por la fuerza y ellas sólo callaban; a nuestro aventurero solo le gritaba, pero como no le entendía ni tenía planes de aquello, no le importaba, era feliz en el campo.
Así transcurrió el tiempo hasta que un día de verano nuestro homenajeado se quedó solo en el huerto con la mujer joven, de la cual solo había visto sus ojos, lo que hizo que le sorprendiera el gesto que tuvo ella cuando desveló su rostro por completo: era fermosa y esbelta, como se la imaginaba. A pesar de todo, lo que más le impresionó fue lo que ocurrió seguidamente: le digo en un claro español "ven conmigo" y lo llevó hasta la sombra de una higuera. Fue ahí donde le digo lo mucho de amor que corría por sus adentros inspirado por él. Y éste, contrario siempre al mestizaje, se negó en rotundo, En ese momento la mora salió de la higuera con las lágrimas en los ojos y continuó trabajando. Pero desde ese momento todo el juego cambió de rumbo: acosado por la hija (supuestamente) debido al amor (que quizá fue incitado por la falta del mismo, ¿quién sabe?) y por el moro obeso (al que temía que le cogiera, sobre todo la hoja del sable que llevaba consigo a cualquier lugar); ya solo le quedaba como recurso escapar de allí a la más mínima oportunidad que se le antojase como buena.
Y así sucedió que un día de principios de otoño, un momento que se quedó solo con una de las bestias que servían para el laboreo decidió usarla para escapar subida en sus lomos; pero sus esfuerzos fueron vanos no porque era una bestia lenta, sino porque el único camino fácil y seguro pasaba ni más ni menos que por enfrente de la casa y, aunque fuera muy deprisa, coincidió que el moro, que estaba en la era hablando con otro de su mismo origen, lo vio acercarse, se escondió en la esquina de la casa, y asestándole tal sablazo al animal en el pescuezo que paró en seco su carrera y dio de bruces con toda la esperanza; terminándolo por rajar toda la panza de la bestia, saliéndosele todas las tripas y las vísceras por el suelo; mientras que el moro le señalaba con el sable y le indicó el camino de la huerta.
A los dos meses, tuvo una nueva oportunidad que se la brindó la naturaleza; y es que aquella mañana de frío intenso se levantó una niebla espesa que impedía la visibilidad a la distancia, gracias a la cual, podría escapar sin ser visto. Pero a esta vez tampoco fue posible, porque la mora vieja fue a la casa a avisar al moro de lo que ocurría, pero no lo logró, pues él, precavido, se plantó al ver el panorama en el camino de salida, lo que ahuyentó a nuestro sufridor en lo que se convirtió en su nuevo intento frustrado.
Los días pasaban y la desesperación ya se acumulaba desde casi un año. Y ya pensaba que esa iba a ser su tumba aún en su juventud: deseaba esquivar a toda costa el trabajo al que el moro le tenía sometido, que con el tiempo se fue haciendo más y más pesado, más forzado; por otro lado, la mora joven no dejaba de acosarlo gestualmente y con el tiempo cada encuentro con ella se hacía más y más insoportable; y para el acabose de su paciencia, llegaron noticias (a través de la mora joven) de que la guerra había acabado hacía tiempo, y concluyo en que sus allegados no pensarían otra cosa que no fuera en su muerte a manos de las milicias (ya que fueron las que le cautivaron); ya se imaginaba a su madre y hermanas vestidas de negro riguroso en señal de luto: había que hacer algo.
Nunca fue nuestro amigo muy religioso, por cierto, pero al final del invierno, tuvo lugar un milagro para la gente inexperta en la vida como él. Sucedió, pues, que en esta mañana la niebla que había era tan y tan espesa que era necesario el uso de un machete o algo cortante para abrirse paso. No era una niebla normal por aquella zona y por aquel tiempo, pero esto no se le pasó en aquel momento por la cabeza. En su idea estaba solamente el salir de allí entonces. Ya no volvería a tener en tiempo una oportunidad tan perfecta como esa; era el momento y él lo sabía. Así que hizo lo que pensó que debía haber hecho en la primera ocasión: tomar el río mediano abajo desde el huerto hasta el final de la finca. Subió al huerto y se dirigió corriendo hacia el río mediano, el cual estaba al final de aquél con la seguridad de que era casi imposible que le descubrieran. Llegó al susodicho lugar y se dio cuenta de que el muro que había colindando con el río era demasiado alto. Su sueño se esfumaba. Pero entre la niebla apareció una persona con el rostro tapado: era la mora joven, la cual le digo que ella le hacía la zanca para que se saltara, pues era tal el amor que tenía hacia él que no le gustaría verle sufrir ni verle en peligro por el moro por más tiempo. Y así le acaeció que ayudado por la mora joven consiguió salvar el muro hasta el río. Pero la ayuda estimable no fue solo esa, sino que le dio su turbante para evitar que, si era visto por alguien, antes de ser reconocido, debería pasar algún tiempo. No cabía en sí de alegría, por eso le lanzó un beso desde lo alto y ella sonrió.
Nunca la volvió a ver, y aunque hubiera ocurrido, seguro que estaría tras un turbante y tras una historia que impediría reconocerla. El caso es que gracias a ella logró escapar por el río entre la espesura de la niebla casi buceando y nadie con la suficiente vista hubo que lo reconociera entre lo blanco. Así escapó de ese lugar. Y al ver lo que había fuera de aquella cárcel, se encontró la miseria. No sabía qué era peor: si la esclavitud del rico, si la esclavitud del hambre.
Pero como siempre fue un pajarillo que amaba volar a sus anchas y amaba el trabajo para sobrevivir, no se le hizo pesado. No obstante tenía que comer lo que fuere, y para ello se las ingenió para que le contrataran en una taberna del pueblo al que llegó a los pocos días. Y así, cuando reunió los reales suficientes como para pagar a alguien que fuera para el lugar donde moró desde que comenzó la guerra, en algún camión antiguo, en algún carro de bestias (no lo especificó); no dudó en despedirse y marchar se de allí.
De aquesta forma consiguió llegar hasta su cortijo, donde su gente (como presupuso con anterioridad) estaba rezando aún por su alma perdida, que aunque –en verdad– no fue en guerra, sí en dignidad. Y aquí se instaló de buena gana y recobró su vida antes de la guerra, aunque con menos solvencia que por entonces. Pero en aquel entonces –dijo– se sentía afortunado, pues un pedacillo de tierra donde cultivar unos tristes granos de trigo era considerado un tesoro porque al menos se tenía algo en qué comer.
Y a todo esto, en un cortijo no muy lejano de allí, con el tiempo, desposó a una buena moza, con la cual tuvo una hija, que crió con el sudor de su frente, “regando –como decía– los tomates con el polvo del verano”.
Otras historias habría que contar que le acaecieron, pero creo merecerán más atención, por este motivo no descarto seguir hablando sobre éste y otros personajes reales como la vida misma.
De momento me conformo con que esta historia y este hombre tan fabulosos no se encuentren perdidos por ningún cerebro, sino que siempre permanezcan en la memoria de la Humanidad.
Este es mi homenaje a un hombre que siempre se mereció algo más, pero que siempre se le fue rechazado.

Hasta pronto.

No hay comentarios:

 

Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
.