viernes, agosto 18, 2006

Destellos del ocaso al alba

Dicen que cuando el sol se esconde no devería de volverse oscuro. Pero ocurre y a veces es fascinante dejarse de contradicciones y vicisitudes esperando a que algo maravilloso ocurra. Ser espectador partícipe es lo más hemoso que existe.
Ayer soñé con la vida. Ayer soñé con pájaros que surcan cada día cientos de quilómetros de cielo para alimentar a sus crías.
Hay algunos Phoenicopterus ruber que crían sus polluelos en la laguna de Fuente Piedra, se van a Doñana a comer por el día y regresan por la noche.
Dicen que es espectacular cruzarse en este último trayecto con ellos si la mentirosa luna está un poco oscura.


Ayer soñé y me pareció que aún quedaban unos rayos del sol que anocheció hacía largo tiempo que se hacían extraviado y buscaban un lugar donde refugiarse del hermetismo.
Sus colores rojos, rosas, fucsias se deslizaban titilando por entre las nubes de espumas hilvanadas por el viento.
Quedé tan atónito que ya no tengo más poesía para cantar, pues lo excelso no necesita descripción, es una entidad por sí solo.
Desperté y cuando miré por la ventana, habían conseguido llegar con el sol.
Mas, aún así, me sentí agradecido por la vista de sus juegos que me regalaron.
Desde entonces, cada vez que miro el sol más grande del día me pregunto cuál de esos rayitos serán aquellos flamencos que me tuvieron en vigilia durante el sueño.

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