lunes, septiembre 11, 2006

Bajo la penumbra

A veces pienso que no debería pensar tanto, que las cosas no son tan complejas como quieren nuestros ojos ver… pero, de repente, caigo en la cuenta de que esto ya es pensar y que en mi profesión es pensar.
A veces me arrepiento de ser yo, de ser como soy. ¿Por qué tengo que tener unos ideales? Ser esclavo del siglo XXI es muy cómodo, ¿por qué querer que le salgan alas a uno?
Me miro al espejo y mi alma se burla de mí. Fue divertido, pero en la fantasía recorrimos el camino paralelo a la realidad, asintótico a la razón. Soy espectro difuso de lo que debería ser.
Salgo a la calle y todo lo triste se derrite como el chocolate bajo el calor de los rayos del sol que concentra una lupa.
Miro las nubes y temo no estar compartiendo el momento con nadie.
Veo sombras donde antes había un parque con un lago, ranas y nenúfares. Tengo el presentimiento de que mi vida se despide del cáncer atinado, del sendero de oro.
Veo el horizonte y se me hace empinado y quebrado. Nunca entendí a los que no son como yo quiero que sean, por el Gran Hermano del pueblo de la ciencia y el conocimiento de lo cierto y necesario.
Si fui algún día dictador fue por no ser flexible, por no soportar lo losa de granito y nácar que pasa rodando por entre mis espaldas.
«Utopía», dice mi cabeza. «Evasión», dice la pureza. «Moderación», dice la soledad. «Evasión», para dar un contemplar.
Aunque ahora muera en mí, entiende que, desde donde esté, siempre me asomaré al balcón perpetuo de las malvas. Siempre te vigilaré.
¡Oh! ¡Qué hermosura me infieres! Y me obligas a plasmarte en cada letra de mi habitación.
Cavilo y doy vueltas al corazón para decirle que pare, pero no me hace más caso que el contrario de la indiferencia. Veo estrellas.
Siento que todo se acabó y me llevarán al viejo encinar y a unos amigos de oxígeno, pues el libro de la conducta así lo dicta.
Llevadme al encinar, a volver a ver a piris y estuvis y ronmis, por favor, llevadme al frío suelo de la luna, bajo la que rezo muchas noches.
Dame el bastón mágico para crear vida por mí. Vosotros quisisteis marchar a la recogida, ahora recogedme y llevadme al encinar donde los triquinosos campan a sus anchas y las ovejas vadean buscando un final que llega tarde; ahí donde el agua es capaz de ahogarme en sudores y escalofríos vespertinos.
No quiero tener menos vida, quiero tener la que me pertenece y aunque haya muchos que se rían de mis enigmas, seré el más sano y de seso sésil.
Dejadme ver columelas en plena vida y setas que pueda comer sin cavilación. Discurre entre mis dedos filosofía y dejo que sea tan volátil, alcohol de los lunáticos, embriaga de sabiduría a toda el agua, con membrana semipermeable.
Cambiar el mundo es lo que un niño pequeño soñó y ayudarle es lo que hizo a su amigo mayor, los sueños son ilusiones, pero muchas de las ilusiones son rayos verdes de un quirófano para animar el mundo.
Es imposible crear, solo quiero ser feliz, y esto sí que es increíble, pues es cierto y no es necesaria ni una pizquita de fe festiva.
«Cinco», no sé por qué se ha posado en mi cerebro aleatorio, pero los primos son siempre buenos alentadores, camaradas de buenas noticias; aunque no exista la bondad (tampoco existe el idilio), el hombre necesita ideales para comenzar a crecer.
Llevadme al encinar donde conocía a Nietzsche y Asimov, ven conmigo y nos llevaremos bien. Sal de la inmundicia, amigo, soy tu razón reveladora. No te deprimas más, no alcances la gloria que no existe. Sigue aquí con pies en el suelo plomizo de color caoba.
Lleva un haz de linterna al fin de los pensamientos. Soy la estrella que te ilumina, sé noble y fuerte frente a la adversidad, un colorante edulcorado no puede hacerte fatal. Comprende que la casualidad es dios y tú eres causal. No me importa que un día no salga por la mañana, esperaré a que la tierra tenga la oportunidad de girar.
Aquí concluye la noche enfermiza de uno de los más lunáticos, colgados, que vagan por entre las sombras. Feliz día, ya no me queda nada que compartir.

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