lunes, septiembre 11, 2006

La vida sigue

Y como todo lo que hay detrás de los bastidores de esta montaña es realidad insuperablemente veraz –desde las situaciones hasta los personajes, sin olvidarme de las reflexiones (amigas, ¡cuánto os quiero!)­– en cuanto me ocurre, quiero dar noticias sobre un amigo que encontré en la montaña, quien me inspiró una teoría una noche de otoño que fue fundamental para encontrarme con Dubois y uno de sus hijos. Ahora todo le va bien, bueno, si no todo, seguro que ya no tiene necesidad de preocuparse por lo que antes desvariaba, y en estos momentos soy yo quien siente envidia sana en ese aspecto con él. Bajó de su cueva cerca de la cima de la montaña y es más feliz que antaño (paradojas de la vida) en su tierra natal.

Los que se enfrentaron a mí en el juego inesperado… Han madurado y, aunque todavía tienen los efectos de la edad del “canastón bocabajo”, su comportamiento ha dejado de avergonzarme tanto; aunque de momento sacan a relucir la actitud que es inherente a su naturaleza, pues eso es algo que difícilmente podrá cambiar.

Y, ¿qué decir sobre mi compañero en el juego inesperado, aquel que difamé tanto y abandoné a su suerte en la montaña? Pues lo único que me ha llegado al oído es que ya sigue poco mis apuntes y que, afortunadamente para mí, no descendió a ninguna cloaca para lamer el fondo ni siguió el ascenso por cuenta propia. Tampoco erró indefinidamente, pues con el tiempo logró encontrar el camino de vuelta y llegar a los pies de la montaña, cerca del encinar. Simplemente volvió a sus orígenes como yo volví a los míos y guardó hostilidades con su indiferencia; también intentó reflexionar, aunque unas veces porque le engañaron, otras porque no supo escribir, se equivocó de pleno con sus razonamientos en círculo, que incluso a mí me confundieron en primera instancia; y por último (y me parece normalmente lamentable) se introdujo en el mundo de los diablillos que ganan o pierden casos, pero eso último solo es reprochable a él en una pequeña fracción de culpa.

De las personas que perdieron el significado no puedo decir nada, porque ni yo las conocía en compañía ni ellas a mí; y si se cruzan en el camino ni ellas responden a mi llegada, ni yo a las de ellas.

Sobre el caso de la conclusión estrafalaria solo quiero decir que aún se está escribiendo y que pronto continuaré la historia de “C”, el vecino loco y del resto de compañero.

Para los tergiversadores, solo les pido que no sean tan tozudos y que la ciencia explora campos distintos a los de la filosofía, y que la política no puede ser superior a ellos, su dios escondido en la penumbra.

Con la justicia de las falacias sí que perdí el norte y no le mando ningún mensaje, y su caminar sigue describiendo una espiral que le llevará infinitamente al centro de nada.

Del que huyó de la justicia porque era inocente a toda costa sé que al final pagó por algo que no compró, aunque dice que en prisión la vida es muy confortable y que si se siente con necesidades cuando salga, no duda en delinquir, esta vez de veras.

El mago sigue con sus truquillos, como siempre, y siendo tan impertinente que cuando lo conocí. Hasta creo que tiene doble personalidad.

No me olvido de los que entrevisté para elaborar mi segunda entrada, pero nada tengo que decir, porque sus ideas siguen tan indeformables que se oxidan con los orines que los bándalos rocían sobre ella.

¿Nietzsche y Dubois y Quatuor? Después de su aparición durante la escalada he aprendido mucho de ellos, especialmente de Quatuor, con el cual tuve tiempo suficiente como para hablar durante un breve delirio de mi personalidad.

Lo dejo ya porque esto se está pareciendo al final de una de esas películas basadas en hechos reales que emite antena 3 los sábados por la tarde, en el que la voz de los personajes aparece cuando tiene la boca cerrada y desaparece cuando la tienen abierta, fruto de un descuidado doblaje.

Gracias nuevamente a todos porque sin vosotros no hubiera desarrollado en mí la escasa parte que adoro de lo que Lou Marinoff escribe en sus libros.

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