miércoles, marzo 01, 2006

Todo

A la noche de los mortales, llegué cansado abajo de la montaña. La brisa resbalaba lacia por entre mis lágrimas de franela. Había alcanzado, sin duda, el final de mi aventura, comienzo y final del ciclo, y anduve corrido hasta plantarme en la vieja y robusta encina donde Zaratustra vino a mí. Miré a un lado, miré a otro y no logré mi objetivo: ver aquella engañadora, mala arpía.

Con la sabiduría que te otorga la experiencia en una mano y con cautela en la otra decidí montar campamento en el árbol, esperando a que el sol volviérame a calentar las espaldas.

Y fue así, sin quererlo ni comerlo, como encontré la más prodigiosa (y, quizá, definitiva) idea de entre las ideas de la cual, según mi intuición, nunca podré avanzar en un paso tan agigantado como en esta ocasión. Fue durante el sueño, un sueño que ya nunca podré volver a olvidar:

Al principio vi el Universo, majestuoso sistema donde los haya el cual, según algún físico que ronda por ahí, es cerrado en cuanto el vacío que le rodea es tal que no puede ser afectado por nade externo.

Camaradas: diría que el Universo es infinito, pero en mi cabeza no existe nada real que pueda llegar a serlo, pero –y ahora lo entenderéis– sabed que si yo (o cualquiera de vosotros) coloco un espejo frente a otro y algunos os atrevéis a asomar la cabeza veréis innumerables copias de vosotros (cada uno la suya) y parecerá que son infinitas. Pero todo es un juego y una mentira, una ilusión óptica y una traidora falacia de los sentidos. Lo que verdaderamente ocurre es que, como cada vez los clones son más pequeños, llega el momento en que no hay átomos suficientes para reflejar la luz necesaria para la imagen. Así es el Universo, podrías echarle un vistazo y, con respecto a ti y la forma de ver de tu cerebro (porque vemos con él) sería infinito y todo poderoso, además, pero es una mera ilusión, aunque nosotros no podemos llegar al fin, de verdad lo tiene, pues antes dije que era un sistema (lo que contiene una serie de elementos –los cuales no pueden tener fin real– y una serie de relaciones entre ellos). Y son estas dos cosas las que imaginé después y más me emocionaron.

Con toda esta parafernalia de dianoias y ejemplos lo que pretendo explicar es que el Universo nunca llegará a ser infinito, pero no es menos verdad que nunca el hombre llegará a su fin (pues yo creo que antes de que se sucedan los avances científicos y tecnológicos necesarios par ello se autoextinguirá) y, si se diera el hipotético caso, ya no sería infinito, inalcanzable para nosotros. También digo que es lo más superior y lo más grande que podemos llegar a imaginar y comprender medianamente, pues en cualquier característica, al ser nosotros tan insignificante en relación a Él, sería superior a nosotros, pues estamos dentro de Él. Aún así hay algo que, como sistema no tiene, y es la complejidad: somos entes complejas, pues son ínfimas las posibilidades de formarnos azarosamente (aunque, ironías del destino, nos formásemos así –aleatoriedad tras aleatoriedad–, acumulando cambios insignigicantes).

Fue precisamente esto último lo que me hizo reflexionar sobre porqué no se le hace caso a todo un Premio Nóbel como es J. R. Jiménez (con su Dios deseado y deseante). En todos nosotros hay algo de divinidad porque hay algo de complejidad y realizamos actos complejos (por ejemplo, construir una casa), es obvio. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otro momento.

¿Por qué existimos? Todos nos hemos hecho esta pregunta alguna vez es relación a qué o quién nos creó. Todos –sin exceptuar a nadie– hemos nacido en el seno del Universo, somos parte de Universo, por lo tanto, no nos ha podido crear Él. Borremos esa idea de ser creados por un Creador. Hemos sido creados por el capricho del azar, somos fruto de las numerosas interacciones que pude sufrir un sistema dentro del Universo. Nunca comprenderé por qué pululan por ahí pensamientos tan obstinados y obsesos sobre que Éste tiene conciencia propia, es decir, piensa.

El caso es que el Universo no es tan sesudo como parece. Y esta fama se le atribuye porque en Él (como en nuestro cerebro –gracias al cual podemos pensar y tomar decisiones) interactúan unos elementos con otros y éstos con sus diferentes y difíciles relaciones entre todo lo que forma parte de ello, y en el Universo, además de las relaciones a escala microscópica y nanoscópica sobretodo, hay interacciones que se debaten entre zonas muy amplias y grandes. ¿Por qué es tan raro, extraño, extravagante, estrafalario, pensar que en un sistema con tantísimas interrelaciones de diversas índole y escala se puede cocer las más sorprendentes y, probabilísticamente, harto improbables reacciones sin que exista la necesidad de que haya un ente vivo, como nosotros, al mismo tiempo que superior?

Resumiendo –y que cada uno tenga su opinión, yo lo único que hago es abrir los ojos y observar– el Universo no piensa, no tiene un sino para todo lo que existe en su seno, ni tan siquiera para Él mismo, sino que es un sino en sí.

Esto fue lo que soñé durante mi fase REM, y esta es la reflexión.

Luego me levanté y, cuando abrí los ojos, un individuo me estaba allí esperando.

—¿Tú eres aquel quien se posiciona en contra de la gente que no cree en nada superior, la gente que es superior en sí misma? —eso fue lo que dijo, mientras me desperezaba.

—¡Agg! —bostecé con igual educación con la que esa persona me recibió— Perdone —me disculpé, pues había sido bastante descortés—. Lo cierto es que sí, parece que la acústica de la montaña es bastante buena, ¿no cree?

—No me vengas con ironías. Y para tú información, soy mago y vengo en busca de explicaciones.

—¿Sobre qué? —pregunté con algo de pedantería.

—Sobre eso de que el Universo es Dios. Eso de que el Universo es cerrado. Sería como una especie de cultivo de bacterias en el que nosotros nos encontramos y del que nos es imposible salir. ¿En un cultivo de microorganismos real, nosotros seríamos Dios de estas diminutas formas de vida?

—Claro que no, pues en el cultivo existe un intercambio de materia y energía con el exterior, al menos (según el tipo de alimentación de los mismos), de una de las dos cosas, es decir, es un sistema abierto o adiabático. Además la relación tamaño del cultivo/organismos es más pequeña en el sistema cultivo-microorganismos que en el sistema Universo-hombre. También me gustaría añadir que esos seres no tiene la complejidad supraestructural necesaria para pensar y creo que estás tergiversando a más no poder mis pensamientos.

—No hago tal cosa. Simple y llanamente me dedico a valorar tu tesis y criticar con cabeza aquello que creo erróneo.

—Parece que sigues mis pensamientos desde hace tiempo. Eres muy prudente en todo lo que dices. No obstante, tienes algún defecto que otro.

—No.

—Sí. A no ser que llames criticar con cabeza a valorar sin conocer aquello que criticas.

»Yo nunca he dicho que Dios exista para quien no lo necesite. Solo he pretendido dar una definición de algo que parece oscuro y distante para alejarlo, haciendo que el vacío moral se desvanezca como una cucharada de miel se disuelve en un vaso de leche caliente.

»Pero lo que yo pienso es que tú crees en algo divino que, al contrario que en mi caso, se puede explicar con ciencia. Quiero decir que crees en un pseudopoder o en algo prodigioso que te permite hacer toda tu magia. Por ejemplo, ese truco de cortar un aro de papel en dos y como resultado obtenemos un aro más grande. Pues bien este aro, para conseguir dicho efecto, debe de ser una “cinta de Möbius”, una forma matemática con unas propiedades (de las cuales no es ni momento ni hora de hablar) entre las que se encuentra ésta. Y cualquier prestidigitación que manejes podría un científico avalarla desde un punto de vista de la razón. Por esto te podría llamar –aunque, por respeto, no lo hago– ignorante inteligente.

»¿No son totalmente contradictorios tus artes y tus pensamientos?

—No lo son —dijo con tomo seco y decaído—. Y ahora me toca a mí deslumbrar con ejemplos. Imagínate a un faisán amarillo mezclado con una estrella de mar de trece brazos que a su vez tiene su cuerpo dividido en metámeros como una lombriz de tierra luminiscente. ¿Existiría?

—Pues claro que no. ¿Cómo podría alguien creer en una patochada como lo es ésta?

—¡Ja, ja, ja! —rió desconsolado—. Has caído en mi trampa. Y así te he demostrado que no todo lo que podemos imaginar existe verdaderamente. Así, Dios es algo imaginable, pero inexistente.

—No sé a qué viene todo este circo que te estás montando. Yo estoy hablando de un concepto, no de una mezcla de conceptos –a cuál más diferente que el anterior–, ese concepto no existe como tal, pero no creas que es un ser, sino una mezcla de seres y, si estuvieras algo más plantado en las ciencias biológicas, sabrías que son muy pocas las mezclas que son posibles, pues la evolución (entendida como el cambio de las frecuencias alélicas de una población) de los organismos es un proceso en el que difícilmente pueden actuar seres vivos de grupos tan distantes de forma intrínseca y cuando lo hacen se produce entre grupos que tienen gran similitud unos de otros.

»Con esto quiero decir que estamos hablando de cosas diferentes y merecen una forma diferente de comprensión.

—No creo tus falacias.

—¿No las crees o, por el contrario, no las entiendes?

—Un momento, tengo una cuestión más que plantearte: si Dios es nuestro caldo de cultivo, ¿podría haber algo superior a Dios, que estuviera en otro caldo de cultivo de otros universos superiores?

—La pregunta no está del todo planteada de forma correcta –ya que Dios es el sistema, somos parte de Dios, no estamos dentro de Él; somos relativamente Él—-, pero suponiendo que tu oración fuera correcta, diría que no hablo de aquello de lo que no conozco si existe o si es una hipótesis más relativa a la imaginación y la confusión, que a la Filosofía.

—Espera: la última pregunta —dijo acelerado y alterado—. Cuando decimos que “nos cagamos en Dios”, según tu tesis, lo hacemos de veras, esa expresión ya sí cobraría todo su significado, ¿es cierto?

—Hasta aquí podríamos llegar. No voy a contestar cosas por dos veces, pues eso significa que no has entendido nada de lo que hecho hablado y que has venido hasta mí para incordiar. Además, si algo odio es que alguien me haga perder mi tiempo, lo más valioso que tengo. La respuesta está en la última contestación: averígualo tú.

Estos son los casos en que es mejor resolver, por muy triste que parezca, a base de golpes. Pero yo contuve todo mi instinto animal para no rebajarme a su infranivel. Por esto me deslicé por entre el suelo alfombrillado de hierba hacia otro lugar donde hubiera gente menos estúpida y con una capacidad de comprensión relativa (pues la absoluta podría estar vetada por sus ideales, cosa que no puedo valorar); cosa que, por otro lado, no era tan difícil.

El compañero se quedó ahí clavado, pues no supo quién o qué había tenido la culpa en todo esto: si él o su osadía y aceleración. Sólo sé que permaneció ahí hasta que perdí de vista a la centenaria encina.

Así fue cómo demostré que la gente que pone pegas a mis tesis, suele ser gente a la que es muy fácil derrotar dialécticamente. No obstante, creo que es tan complicado lo que pienso que el hecho de escribirlo y transmitirlo de forma inteligible me hace un flaco favor.

De todos modos no reprocho a nadie más que a mí todos los errores de interpretación e imaginación que se cometen con mis tesis. Pero este es el placer que tiene la Filosofía como arma de meditación: esto sí que es lo que más adoro.

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