jueves, marzo 16, 2006

Filosofía para un semáforo

Respiro el aire de la brisa matinal y me alivio.

Comtemplo cómo el cielo es cada vez menos rojizo y mi corazón se pudre por dentro.

Salgo ya bajo el cielo azul y me estampo contra la realidad.

Ofrezco mi voz al mundo y todos quedan callados.

Comienzo a predicar y la gente rehusa de dirigirme una mirada de atención.

Explico mis tesis y la palabra "loco" aparece en todos los cerebros.

Vivo y nadie vive conmigo.

Hay días en los que me levanto y me siento desierto. Al igual que un cernícalo permanece parado durante horas para no desperdiciar energía, me encuentro cuidadoso en no derrochar mi verbo.

Es en estos momentos cuando me pregunto si todo lo que aquí estoy diciendo tiene algún sentido o si son majaderías de un niño mimado por la vida.

Hoy dejaré todo esta máscara literaria en la alacena y me iré por ahí a meditar sobre lo inexplorado que es todo lo mundano y lo cotidiano.

Y no se aleja tanto de la realidad el hecho de desmenuzar lo que nadie ha desmenuzado –o, al menos, de lo que no tengas constancia–, pues es reflexionar sobre ella en toda su expresión y calidad.

Por todo esto decidí dar un paseo por la pequeña capital y observar qué sucedía y por qué estaba ocurriendo.

Gente, salías si lo primero que aparecía era gente. Todos con caras de adormilados unos, perdidos otros. Pocos eran los que se atrevían a sonreir o impresionante con lo diferente que comienza un día con respecto a cualguier otro, ya que existe una variabilidad aleatoria (aunque razonable y congnoscible) que sorprende. Ni tan siquiera se atreven a mantener un semblante de concentración.

¿Qué estará ocurriendo en el mundo para que ocurra esto? Toda causa presenta un efecto y no quise descifrarlo todavía.

Seguí marchado a zancadas de paseo y... una mano similar a la de Dubois salió por entre la penumbra y me agarró con tal firmeza que nunca se me hubiera ocurrido oponer resistencia. La duda en ningún momento me embargó. Era mi compañero de piso:

—¡Megías, qué grata sorpresa verte por estos lares! ¿Qué haces? Yo no te hacía yo por aquí.

—Lo importante no es lo que yo haga, sino lo que tú deberías de haber no hecho.

—Sé más explícito.

—Venga, ¿acaso no sabes que has estado apunto de cruzar el paso de peatones aún cuando el semáforo para tí está rojo?

—¿Qué?No medió palabra, ya que únicamente con apuntar enfrente mía le bastaba para indicar que lo que allí había era un muñecajo rojo, lo que significaba que ningún peatón debía continuar su marcha si éste era de ese color.

Y pensé que toda aquel comezón de cabeza que me acompañaba durante mi paseo me había hecho perderme del mapa según lo admite la conciencia; que me había abstraído tanto que nada parecía existir más que yo y mis pensamientos. Me liberé:

—Es cierto y necesario.

—No le dés más trascendencia.

—No quiero, ¿cómo podría pagarte?

—Mediante la única forma por la que podrías hacerlo.

—¿Cómo?-Me gustaría saber la filosofía que le encuentras tú a un semáforo.

—Si sólo es eso, no dudes en pensar que tendrás noticias mías.

—Lo esperaré.

—Bueno. ¡Oh! ¡Ya está ese hombrecillo coloreado en verde! Me toca irme.

—Descuida. Nos vemos.

—Adiós.

Después de esto proseguí mi camino de divagación ya más sosegado y sin tanta hambre de ideas.

"Semáforo",pensé nunca se me hubiera ocurrido.Como siempre, había que empezar por la etimología: esta palabra procede del griego sema (seña) y phorus (llevar), es decir, que lleva señales. Entonces, basícamente sería un aparato eléctrico de señales luminosas que se utiliza para regular la circulación.

Amigo y me dirijo sólo a tí. Un semáfora no solo significa "rojo, amarillo y verde; flechita sí, flechita no; ahora me enciendo, ahora parapadeo, ahora me apago; hacedme caso unos, hacedme caso otros;...". Si hay algo que verdaderamente lo define es el consenso.

Sí, el consenso como reunión de conceptos de una mole poblacional para hacer algo concreto en un momento contreto en cualquier lugar del mundo.

Siempre que haya un semáforo, eso significará que ha habido un hombre detrás y una ingente masa delante para obedecerlo. Es la expresión de que si el ser humano necesita coordinarse para que el alma colectiva de Aristóles no tenga que recordar que no tiene ninguna capacidad para establecer prioridades y orden.

Nadie se alegra cuando se encuentra con un semáforo rojo, pues este hecho cohíbe nuestra libertad. Pero son pocos los que se lo "saltan" y muchos menos los que no toman precauciones si lo "esquivan". ¿Por qué? Porque el hecho de inflingir la norma supondría tener nefasta consecuencias.

¿Por qué nos coordinamos y nos ponemos de acuerdo con un semáforo y no lo hacemos para resolver nuestros conflictos y lo hacemos a cañonazos? Seguramente porque vivimos en la sociedad del movimiento: necesitamos desplazarnos de un lugar a otro para vivir. Y por mucho que cambien las cosas (ya lo creo que cambiarán y de qué manera) el hombre seguirá necesitando tener acuerdos para que sus necesidades vitales se satisfagan. Las guerras no son por necesidad, son por falta de concenso. Ninguna guerra puede ser nombrada como necesaria, aunque es cierto que el hombre (al igual que los primates que viven abajo, en la tierra) tiene un instinto agresivo como defensa contra depredadores. Esto unido al afán no tan moderno de saber que tener mejores prestaciones supone en el ámbito cotidiano ser más que el de al lado y que nacemos para sobrevivir y hoy día sobrevivimos con el dinero, nos lleva a trifulcas cada vez más violentas (pues las herramientas del hombre son más sofisticadas).

Y Darwin tenía razón. Pero ya que somos animales racionales, por qué no podemos acordar que la única forma de mejorar y ser feliz está en mejorarnos a nosotros mismos y no empeorando al compañero del otro lado.

Así pensé y una cosa tan cotidiana como ésta puede llevarnos a reflexiones bastante profundas. Ésto es lo bonito que tiene aquello que despreciamos.

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