jueves, noviembre 17, 2005

Para los tergiversadores

Se hizo el día en la montaña. Un grave estruendo perturbó mis sueños perdidos, y es que entre las alturas el terreno es más quebradizo y débil conforme vamos subiendo, cuanto más cerca estamos de la vida. Cada vez existen menos facilidades, pues formar un criterio tan íntimo va contra las leyes de la democracia.

Anoche hizo mucho frío y, como consecuencia de ello, mis músculos –siendo el corazón uno de ellos– se encogieron y se agarrotaron aún más que en otras ocasiones, aunque no tanto como el día en que encontré a un amigo.

Como hacía mucho tiempo que estaba en el lugar donde me encuentro y tomando como verdad que el mejor remedio para aliviar los estragos de este rufián es ignorarlo (ya que a veces nos creamos un círculo vicioso al pensar que la temperatura es tan baja que sigue siendo tan extremadamente baja que luego bajará más para ser aún más baja y entonces el quejarnos será nuestro único consuelo: la desesperación) y crear, en contra, una burbuja calentita donde estemos aislados de cualquier comentario y pensamiento monologuístico y hecho que atente contra la creatividad sensacionalista.

Por estas razones, y porque hacía mucho tiempo que venía arrastrando de mi compañero en el juego inesperado, decidí emprender mis dianoias discursísticas con uno de mis últimos pensamientos antes de conocer a Zaratustra (aunque él no compartiera mi discursión y se riera de mí) y comenzar esta aventura que rompe huesos rígidos, pero fortalece almas erráticas. Algo que, a pesar de tener la capacidad de proponer las más estupendas decisiones, desde hace un tiempo se ha ido desplazando a una de las creencias de fe con más telarañas que existen.

Para esto hablo: para liberar a este concepto del más puro escepticismo –tanto negativo como positivo– que cae alrededor de Él y echarlo a volar libre entre sí mismo.

Así, reentrometiéndome en uno de los aspectos en los que más avancé antes de encontrarme en este lugar y con la intención de buscar una porra más resistente que con la que di debida cuenta a esos hilos de acero, no sin antes someter mis teorías a la crítica más ingente y controvérsica; decidí ser más tortuga de las Galápagos que colibrí de un río.

Cuando adopté la actitud necesaria para afrontar la climatología y la envergadura magnífica del tratado del que me disponía a tomar tajada y parte para poder abarcarlo entero, en toda su amplitud y extensión (del mismo modo que a un elefante no se le puede comer si no se trocea); cuando me conciencié para ello me puse en pie, y cogí un pedazo de la primera nieve del otoño y la comí con gusto, pues era la única agua que podía tomar para poder hacer que mis constantes vitales se mantuviesen y no bajaran del mínimo, dejándome insatisfecho y abandonado a las estrellas que durante tanto tiempo me han acompañado.

Con fuerzas renovadas ayudé a mi compañero a reponerse y le di uno de los trozos de nieve para que la comiera. Mientras hacía esto le dije:

—Compañero, hoy quisiera hablar contigo de algo que, sé, no te interesará, pues parece algo que debe ser o bien virtud y dogma de fe para contrariar a las Ciencias y para alargar a la Filosofía, o bien una mentira peligrosa y rotunda que no deja satisfechos a los representantes de su doctrina.

—¿Y qué es ese algo? —preguntó atontado mi compañero.

—Es DIOS, amigo mío, y lo digo utilizando las mayúsculas porque mi hablar no puede realzarlo más énfasis. Pero ten cuidado cuando lo oigas o lo pienses: no es un ídolo, un ser supremo, trascendente, único y universal, creador y autor de todas las cosas, principio de salvación para toda la humanidad que se revela en el desarrollo de la historia; tampoco es un no-Dios, la broma más antigua que no existe. Aunque, espero, te habrás fijado, todo esto son cosas idénticas en cuanto uno las puede pensar. Es una misma línea invisible e irreal en la que debemos posicionarnos para bien o para mal.

»Éste es el momento en el que debemos romper esa línea mugrienta para formar un cubo tetradimensional que abarque decisiones amplias y modernas como la gente de hoy. Ellos no se merecen frases hechas como los politiqueros quieren que tengan para llenar sus bolsillos de dinero negro e ingenuo. Por eso, y como existen pocas personas que sean lo suficientemente reales conceptualmente como para llamar la atención a ellos, capitalizados zombis zumbados, necesito algo que sea nuevo en su comprensión o en el esfuerzo reflexivo que requiere. Necesito cambiar actitudes y aptitudes de la gran mole, cosa imposible a corto plazo, aunque si despierto el interés de los sistemas nerviosos más comprensivos del momento, quizá entre todos ellos sea capaz de deslizarse, no sólo esta idea, sino este modelo perfecto (hasta la fecha) de pensamiento, midiendo su tolerancia y su capacidad de aunar los extremos de la vieja línea, para hacerlos que revoloteen en el reluciente cubo de cuatro dimensiones.

—Son simplezas las cosas que te dedicas a decir, ¿no crees?

—No se trata de creer ni de hacer fieles, artistas, titiriteros, sacos adinerados,…de todo esto lo único importante, que es preciso extraer, recae sobre el arcaizado debate sobre nuestra existencia y nuestra posición, en definitiva, sobre la vida.

»Por esto cuando termine este discurso, tendré la fuerza suficiente como para ascender un poco más arriba y acercarme a la vida, porque, como te demostraré más adelante, tú eres un pedazo de aquello cuya existencia niegas. Lo cual es un infinitamente contradictorio, pues nadie en su sano juicio proclama su no-existencia.

—¿Acaso me estás despreciando?

—Así te quería yo ver (y no es que esté cayendo agua de las nubes). Si te digo la verdad tú mismo eres quien está despreciándote. Pero tranquilo, lo comprenderás desde este instante, en el que comienza la verdadera búsqueda de Dios.

»Hace tiempo, una de las críticas que intentaban falsear la integridad de mi pensamiento razonado decía: “¿Qué es eso que, opinas, es Dios? Dios no existe y punto”. ¿Qué critica merece de tu parte?

—Estoy totalmente de acuerdo.

—Venga, y qué te queda decir “y punto”. Lo único que te falta añadir es que usas para eliminar tu fe otra fe. ¿No te avergüenzas de promulgar en contra de algo que te sirve para esa misma función? Con esos razonamientos circulares no llegas a ningún lado solo a rondar cerca del horizonte de sucesos de tu autodestrucción.

»Permíteme un consejo: no vaciles en tus comentarios, pequeño de espíritu y grande de personalidad. No te mires el ombligo y creas que el hecho de que Dios sea alabado por prestidigitadores y su amplitud estorbar como un insulto al estúpido pathos de la automagnificencia del Homo sapiens.

—No soy orgulloso, simplemente no creo en aquello que no veo o de lo que no tengo experiencias que avalen su existencia.

—Hombre de fe en no tener fe te llamo. Deberías de analizar tu ética y tu moral para separar la paja (perjuicios) del trigo pesado (verdad). Éste debería de ser tu primer axioma para entender todo aquello que intento hacerte aprehender.

»Tus miras estrechas te hacen perecer ahorcado en las arenas movedizas de tus conceptos desechos y desnaturalizados. Al final comprenderás que tus ideas sirven para definir lo que buscamos. Pero primero debe de desaparecer tu creencia en que no existe Dios –y con tres palabras sería capaz de hacértelo demostrar–, aunque lo interesante es que por ti mismo intentases comprenderlo –y este pronombre enclítico no se refiere a Dios, sino a ti.

—Me jacto de tus pensamientos pedantes y zafios.

—Con esas palabras tan groseras e impersonales estás corroborando mi tesis.

—Sabes que si hay alguien que está aquí desvariando eres tú.

—Incongruente eres en verdad. Y ese es tu problema: no apartas la vista de aquello que siempre ves. Haces de la ciencia una religión –que de forma paradójica detestas– y esto deforma tu razón. Aunque tienes otras creencias y valores, que no detestas, que son más religiosos que la religión misma. Estás ebrio por ello. Pero lo que no sabes es que cada una de las verdaderas ciencias son cristales que permiten ver parte de la realidad. Yo soy científico también, pero ¿no puede la Ciencia sustituir a la religión? No en cuanto el modo de explicar una falsa realidad, sino en cuanto a explicar una parte de la realidad que no está explicada y que está enyesada con religión y filosofía.

—Y ahora eres tú quien está contradiciéndose. Acabas de perder el juicio.

—¿Y te quedas así de fresco, no piensas aportar ningún argumento? ¿O tal vez tu argumento se muestre tan trivial que sea ofesivo mencionarlo "y punto"?

»Veo que ni así puedo hacer que te quites esas lentes que tanto te evaden de realidades que ellas mismas no están preparadas para observar (cosa que no se hace con los ojos, sino con el seso), pues están manchadas por las falsedades equívocas que están resquebrajando la sociedad y la más importante de ellas es el dinero. ¡Oh! ¿Cuántos males nos quitaríamos si desterráramos el concepto parásito que el dinero tiene entre nosotros?

—El dinero. No me hagas más la “pirula”.

—Sigues con tus frasecitas hechas. Está bien. Se acabó. No oirás mis pensamientos a menos que tengas la suficiente fuerza vital como para subir por la montaña, cosa que realmente dudo, pues has estado todo el rato contrariando por contrariar. Yo he sido el médico que te ha intentado anestesiar para operarte del “síndrome del olvido de los significados”, aunque no te has dejado inocular anestesia, por consejo de tus principios antitéticos y pasionales que no redimen a nada.

Y así fue como coloqué un pie en la pared de rocas desprendidas y seguidamente el siguiente, encorvándome para llegar con las extremidades superiores a ella. Ayudado por el rozamiento y unas piedras puntiagudas que me sirvieron para ascender al clavarlas sobre el terreno arcilloso llegué a una oquedad oscura que me sirvió para descansar y ensimismarme como nunca lo había hecho antes.

Mi compañero del juego inesperado…nunca volví a saber nada a cerca de él, quizás se haya quedado pudriéndose en la montaña lentamente por los siglos o quizás ascendiera tras de mí o incluso bajó a alguna cloaca para lamer el fondo; no lo sé. El caso es que sus pies no tuvieron la fuerza necesaria como para que el resto del cuerpo adquiriera la verticalidad suficiente para seguirme y se quedó sufriendo y retorciéndose en su propio paradigma de fe.

No quise hacer leña del árbol caído y, ni mucho menos, si no lo había derribado yo (pues lo había hecho él solito). No obstante, ese lugar me recordó que aún me quedaba algo que decirle a mi compañero y era explicarle mi antigua idea de Dios:

“Dios es orden, es infinito, es más que poderoso. Dios tiene un camino para todos, es nuestra última instancia. Es lo primero y lo último. Está en todas partes porque es todas partes (en efecto, "es"). Lo siente todo porque sus sentidos son todo. En Dios se forma lo más maravilloso y lo más deleznable. En Dios se fusionan lo particular y lo inexacto; la vida y la muerte; las consecuencias del pasado en el presente que revertirán en el futuro; es decir, todo aquello de lo que tengamos conciencia y lo que no.

Dios es todo lo vivo y todo lo inerte, nosotros formamos parte de Dios sin ser precisamente perfectos en cualquiera de los ámbitos que se nos ocurran. Dios es todo aquello que nos rodea (aunque no lo podamos ver) y nosotros mismos también, aunque no somos Dios, faltaría más, formamos parte de este entorno afín que rige su destino por azar y el de todo lo elemental. Es superior a nosotros porque está en un rango jerárquico mayor al nuestro, lo que hace que no nos podamos resistir a sus decisiones casuales (al igual que las nuestras).

Él no quiere ser lo que no es, no quiere ser disgusto entre poblaciones, no quiere ser adorado por fieles, quiere ser razón de ser entre la multitud.

Si tuviera que definirlo, Dios no sería un ente, Dios sería la sensación de que todos los ideales que el hombre tiene por naturaleza son absurdos a su lado, y el sueño de que cualquier noche formaremos parte consciente de Dios.”

Dedicado: a todos aquellos pequeños tergiversadores, ratas de cochiquera que se alimentan en la pocilga del dinero y maman de los senos de la sociedad estúpida y definida por ella misma, no por sus componentes. Para los falsos, los hipócritas, los mediadores del Diablo que nos quiere ofuscar los sentidos y hacernos ignorar la realidad máxima sobre la que debemos edificar nuestra vida y caminar. Brindado a todos aquellos que hablan sin saber y a aquellos cuyo final es su principio mismo y no se marean porque viven drogados de sociedad y nunca se sacian. Ofrecido para todos porque, aunque les pese: Dios fue, será y sigue siendo el Universo.

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