viernes, diciembre 30, 2005

La decisión desatinada

Ha pasado mucho tiempo –no según mi mente, sino tal y como lo percibe mi cuerpo congelado por el frío de tan difíciles altitudes que cada vez se hacen más inasequibles–. No volveré a pensar más en frescores cercanos a la tropopausa, pues demostré que eso podría solamente empeorar las cosas y yo no acostumbro a contradecir aquello que pienso acertadamente (al igual que un albañil no destruye lo que construye si lo hace de manera y gana buenas).

La situación durante todo el tiempo que ha transcurrido y me ha dejado sin escribir hubiera llegado al extremo fatal si no hubiera sido gracias a ricos líquenes que me encontré sobre la roca nevada, y es que la montaña no podría ser más limpia y virgen, a la vez que terminal. Pero como yo no soy eterno –pues así no sería yo– el alimento lo consumo mientras que sus energías me consumen a mí; siendo mis reservas cada vez más cercanas a mi metabolismo basal, el cual se ha visto –gracias a Dios– disminuido a causa de las irrisorias temperaturas.

Cegado por mi último logro contra los tergiversadores de mis principios, y viendo la cima a escasos metros y con un pequeño desnivel (en comparación con el que tuve que salvar en otras ocasiones); decidí reanudar la marcha. Extendí la pierna derecha y, de repente, noté frente a mí una fuerza invisible que me impedía avanzar un ápice, aunque mi necesidad de vida fuese extrema y la meta tan cercana e inequívoca.Entonces desistí aún no sin esfuerzo. Había algo que me faltaba para proseguir por última vez. Esto me hizo recapacitar y volver ilusoriamente sobre mis pasos (cortos, pero continuos) y mis comienzos. De esta forma poco a poco, siendo consciente de la poca vida que me quedaba y la gran necesidad que tenía de desistir en el intento, caí en cuenta de que no debemos olvidar nuestras raíces cognoscitivas, ya que sin tener en cuenta un fundamento no podremos nunca aprehender aquello se que soporta debajo. Pero el pensamiento que devino a definitivo y crucial llegaría de forma más espontánea, como debe de ser, al igual que las discursiones que me hicieron elevar y hacerme el corazón más altivo.

Desesperado, en voz alta, indignado por el bloqueo dije: «¿Por qué me traiciona la vida?». Y el cielo se burló de mí repitiendo lo mismo que dije, así que me dispuse a pensar y meditar de modo y manera que dejé la cabeza en blanco, procurando captar mi primer recuerdo y sorprenderme de él.

Y de esta manera, no sin mucho divagar, recordé a un viejo amigo que, aún muerto hace siglos y milenios, seguía teniendo algo que me podía ayudar enormemente. Procedía de la Grecia Antigua, mucho antes de que apareciera el hijo de Belén, y estaba desterrado al igual que yo por sus ideas utópicas y lunáticas. Pero tal y como he ido diciendo durante la ascensión, los lunáticos son los que saben y hablan de forma sintética, mas aunque esta denominación fuera desacertada y puesta en común por todos los burros y desviadores necios. Todo esto me sirvió para enmendar mi destino.

Resultó ser que aquel griego amigo tan querido y tan olvidado, tan antiguo de pensar, intentaba mejorar la sociedad basándose en Ideas, lo más real fuera de la verdad de los sentidos, y de lo que participa y, además, es imitado por todo. Y de aquí saqué las fuerzas que me permitirían dar el paso que, a continuación, debiera de dar: la vida es una idea, y como tal, todo lo vivo participa de ella y la imita. Con esto no pretendo decir que la vida no está repartida en trocitos (uno para cada ente vivo), la vida nos engloba a todos –como una tienda de campaña cubre a unos exploradores–, es decir, todo aquello que vive participa de la vida y del cambio como idea que participa de la vida, y es Dios porque la vida también forma parte de Dios como Universo, en su extensión y realidad.

Dicho esto, podemos deducir que cuando morimos dejamos de ser y de participar de la vida –dejamos de mamar de sus ubres–, perdemos el billete, la participación. Mas no nacemos y morimos de repente, lo hacemos progresivamente, como un crescendo o un diminuyendo en música respectivamente; hasta no ser oída ni sentida la vida en el segundo caso. La vida es el tiempo durante el cual participamos de esta realidad específica.

Tras merodear por la verdad, di en la diana y me sentí regocijado, además de libre de aquella presión que me impedía progresar, pero ya no era, se había disuelto con el viento plagado de cristalitos que abrasaban toda superficie.

Me puse en pie y traté de no expresar mi satisfacción con el menor esfuerzo, por ello, lo más que hice fue gritar al abismo. Seguidamente di los últimos pasos que me restaban y…«¡Por fin!», grité desahogado y el grito sonó como un Mi bemol.

Y llegué a la cima de la vida, cosa que llevaba intentando hacer durante bastante tiempo y me sentí pletórico. Y elogié mi saber subir por las escarpadas y blancas piedras. Y grité a los cuatro vientos para invitar, a quien fuera capaz de escuchar, a derribar las teorías que había obrado…, pero nadie contestó y fue entonces cuando las condiciones ambientales pasaron a segundo plano.De forma fugaz, algo robusto, fuerte, al mismo tiempo que delicado y hermoso apretó mi hombro con la mayor amabilidad y apoteosis.

«¡No puede ser cierto! Esa mano es de…», pensé, aunque la mente se me entrecortó. A pesar de que era lo que había estado esperando, no supe si lo quería o, en cambio, lo detestaba. Solté el pico de Nietzsche y le abracé.

Él era el principio como dije en alguna ocasión y él consiguió que mi visión de la realidad cambiara con…–¡sorpresa!–…la música.

Era otro maníaco, era el creador de lo que me creó como persona; no era Dios (sería incoherente que fuera el Universo), era…Dubois. Y vino con su hijo ‘Quatuor’ de la mano. Su cara amable, bonachona, cortés, brillante…no sabría describir como era, pues el tremendo fulgor que desprendía en contraste con la oscuridad que se iba cerniendo sobre nosotros de manera progresiva.

—Siéntete congratulado —me felicitó—. No exclusivamente por lo alto que has llegado, sino porque has sido tú mismo y has despreciado a aquello que desprecias, mientras que has adorado a aquello que adoras. Da la impresión de que has recibido el mensaje de mi obra en toda su forma e incluso lo has incrementado.

»También permíteme agradecerte que has pensado y además lo has hecho de manera correcta, poco a poco, con cohesión y coherencia, ya que, aunque por la acera te han mirado mal, has sabido decidir cuándo y cómo expropiar aquello que no pertenece justamente a su dueño y destrozar los pensamientos que hay en el mundo y que, como un gusano, lo están perforando y terminarán provocando que las enfermedades que le son patógenas le ataquen de la manera más rápida y trivial para destrozarlo y descomponerlo.

—Gracias. No me merezco tantos halagos.—No seas tan modesto. Pero no malinterpretes mis palabras, pues esta es tu primera aventura filosófica y, por el camino que discurres, no será la única. Ánimo, mas aguarda un poco para que hable de ti y de la música, y comprendas que lo tuyo no es cierto del todo, por lo que debes perfeccionarlo en sucesivos viajes.

—¿Cómo?

—Sí, la música. El filósofo griego que te ha ayudado, el de las espaldas anchas, ya lo dijo: “La música es la gimnasia del alma”.

»Si escuchas –y sé denotadamente que conoces la abismal diferencia con oír–, ya sea música, ya sea cualquier cosa, tu alma se alentará o se desalentará, pero en cualquiera de los casos será más viva, se agarrará más a la vida porque la música activa al alma para que cumpla su función de adherirse con más fuerza a la idea de la vida.

»Además, como una forma de arte que es, sirve para comunicar unas almas con otras, para enriquecerlas y transformarlas de manera que hagan más eficiente su labor. Ya lo dijo el maestro Falla: “la música no hace falta entenderla, hay que sentirla”. Esto se puede referir a cualquier arte, porque todas las almas hablan un lenguaje universal que va mejorando con el hombre y cada vez se hace más complejo y sofisticado hasta tal punto de que es una exquisitez para algunas y un horror para otras. Esta evolución no entiende de adaptaciones a escala global, aunque sí que en poblaciones grandes ha asumido cánones de belleza.

—Sí, escala de valores, creo que la llaman.

—Y este es un peligro, pues no podemos saltarnos decenas de miles de años de evolución para establecer unos gustos predeterminados a nuestras almas, este es el mayor de los sacrilegios que ocurren hoy día y mucho de lo que está ocurriendo se lo debemos a ese afán globalizador.

»Así, puede ocurrir que nuestras almas sean incompatibles y no soporten los consejos que mutuamente se traspasan. Por eso también quería decirte que la música no es ni buena ni mala en sí, nosotros somos los que la hacemos buena o mala; nuestras almas así lo sienten. La música es grande entre las grandes, pero no es idea. Y al igual que nosotros, las almas no son, cambian y según su estado de ánimo pueden agradecer una música o un arte del mismo modo que pueden hacer lo contrario referido a la misma música al cambiar dicho estado.

—Bien, pero la música se siente y las almas no lo hacen; eso es cosa de los sentidos del cuerpo.

—Ya, aunque tienes parte de razón –ya que el alma no tiene ojos ni oídos– te equivocas en cuanto el alma usa el cuerpo como tapiz donde se reflejan los estímulos.

—Sé que nadie te creerá excepto yo, para quien tú has sido mi maestro en las artes y mi inspirador en la corta fracción de vida que ha pasado por mí.

—Desgraciadamente pocos habrán que entiendan tu arte o el mío.

—La última pregunta: ¿Hasta qué punto una música es tal? ¿Son música algunos ruidos que se escuchan cerca de mí, que pertenecen a modas del ‘marketing’ o a reivindicaciones destructivas?

—Por supuesto que no, ya que no llegan a la vida, no son arte. La una es querer optimizar tanto los recursos que al final hacen olvidarnos a todos (y ellos son los primeros) la dignidad y los atributos para conseguir el mayor de los bienestares de la ingente masa poblacional: el dinero (pero eso es algo que debes de madurar tú); no es más que un negocio y la economía es experta en no saber qué es ella misma siempre y cuando tenga este detestable caballero entre las manos. La otra utiliza una máscara musical para hacer llegar a las almas testimonios llenos de errores conceptuales de gente que solo protesta aquello que odia, pero –y aquí radica el error conceptual– sin aportar soluciones; su música es una falacia para que sus ideales vuelen a pesar de no tener alas, en vez de pensar en que lo que les haría volar verdaderamente son unas buenas y aerodinámicas alas.

—¡Oh, qué experto eres a tenor de estas reflexiones!

—Gracias, pero mi crítica te escocerá un poco. Pues tienes que reflexionar sobre la naturaleza de las cosas. En esta ocasión te has equivocado en la velocidad con la que reflexionar (aunque tus pensamientos merecen más de una alabanza). Te has dejado atrás la naturaleza de las Ideas. No has seguido por una vez el axioma de avanzar pasito a pasito y has dejado de contestar la pregunta básica: ¿qué son las Ideas? Y después podrás deducir qué es el alma que tanto nos ha servido para describir.

—Lo haré con el tiempo. Es mi interés.—Sí, pero este recordatorio no es suficiente para provocar reacción severa en ti.

»Verás, te he estado siguiendo desde que diste tu primer paso y me duele mucho decirte que, aunque has madurado mucho durante la subida hasta la vida –y no lo has hecho mal, créeme– , no has escogido el camino correcto para llegar a ella.

»¿Por qué precisamente subiendo puede uno estar más cerca de la vida si la vida está donde están los vivos? Alejándote de la vida, no vas a estar más vivo. Todo esto es una alucinación provocada por las condiciones extremas que, eso sí, te han servido para evadirte de los prejuicios que dominan ahí abajo.

—Te entiendo, pero mi cabeza no quiere hacerlo, pues ve absurdo extender un gran esfuerzo para luego decirle que ha subido contra corriente y alejándose del destino.

—Creo que más de una vez has dicho que “uno sólo se arrepiente de las cosas que no hace”, y si no hubieras subido hasta aquí, no hubieras comprendido que el error es una de las formas con las que más se aprende a aprender. Otra conclusión, la cual te servirá de mucho, es la irte despojando de los prejuicios y equivocaciones que nacen en tu barrio para hacer justamente lo que quieres.

—Lo sé. Me siento muy afligido.

—Lo que no te mata te hará más grande, joven. Ahora es el momento de que te marches. Parte con sumo cuidado, pues la bajada es más costosa aún que la subida, pues debes de salvaguardar tu cuerpo de la fuerza gravitatoria, que al irte acercando al centro, se irá incrementando.

»Vuelve ahora a pies de la montaña y recuerda: “las apariencias deforman las esencias”.

Aquel gran hombre se despidió con un consejo. Quedé un momento cohibido por la velocidad de todo lo que me estaba ocurriendo, pero agité la cabeza y, con la noche como enemigo, decidí emprender le camino al contrario de cómo lo seguí, no sin olvidarme de todas aquellas gentes que me alumbraron para bien o para mal en el recorrido.

Todo está dicho por el gran maestro de maestros, y ya no me queda ninguna potestad para luchar contra palabras de nadie, pues hoy he quedado K.O. para un buen tiempo. Por eso me despido pidiendo que cuando baje haya asimilado todos los conocimientos que de deparó esta montaña de las desilusiones, de manera que me sienta distinto para acercarme más a la vida e interpretarla mejor de lo que hasta el momento he hecho.

He dicho.

 

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